"Es necesaria una evaluación para identificar las actuales debilidades y evitar males mayores". La frase no es baladí. Está refrendada por los veinte mayores expertos del país sobre la situación que vive España en este otoño entrante en una publicación en The Lancet.

España vuelve a estar en la cúspide de los países que peor están combatiendo a la segunda ola de covid-19 pero no urge saber por qué. Hace semanas se lanzó la idea revolucionaria --permítanme el sarcasmo-- de auditar la gestión sanitaria sin apriorismos ideológicos ni partidistas. Tan solo con criterios científicos y de eficiencia administrativa.

Aún estamos a la espera mientras contamos más fallecidos, más municipios confinados perimetralmente y la curva económica que desciende a un ritmo más que preocupante. ¿Se puede desandar el camino de los errores sin saber dónde pisar? Claro que no.

Cuando en este país deberíamos estar con el enfoque encima de las soluciones epidemiológicas, la fotografía informativa es el deshielo de Sánchez con Ayuso tras seis meses sin sentarse juntos. Tal para cual en sus políticas fútiles. O la urgencia de la memoria democrática como debate político en un país que no ha diseñado una política estratégica racional a largo plazo desde hace más de veinte años.

Lo inteligente ahora sería extender las buenas decisiones de la comunidad internacional o de países concretos para prevenir -- y frenar-- los contagios ascendentes. Pero en España sacamos la camiseta de negar la realidad y de escupir mucha bilis ideológica.

Algo de luz pone el Justicia de Aragón. Hay flagrantes errores en la zona cero de la primera ola: las residencias de ancianos. Más de un 80% de las muertes en Aragón se han concentrado en aquellos centros que no remueven conciencias cuando sirven de fondo de armario, en ocasiones, de una sociedad que ha relegado a la vejez.

Es en la plena agonía sanitaria cuando nos rasgamos las vestiduras al comprobar cómo las grietas de lo que escondíamos ahora son boquetes irreparables. Sin una Ley de Dependencia con la justa financiación, sin una fiscalización administrativa exhaustiva --más aún-- a los centros de mayores o sin un cambio de mentalidad entre generaciones, no hay solución.

Han pasado más de 6 meses de pandemia y de Wuhan ya casi nadie se acuerda. El temido otoño ya está aquí. Se pudo haber hecho muchísimo mejor. También mil veces peor. Nadie venía entrenado ni preparado. Pero después de lo vivido, me temo que poco hemos aprendido.