Si lo eterno es aquello que no tiene principio ni fin, una campaña electoral se tendría que clasificar entre lo semieterno, porque se sabe cuándo termina, pero no cuándo empieza. ¿Cuál es el inicio de una campaña electoral? ¿El que marca la ley? ¿Un mes antes? ¿Dos? Decía un avisado político francés de derechas que la campaña electoral se debe iniciar al día siguiente de haber ganado las elecciones, si las has ganado, o al día siguiente de perderlas, si las has perdido. Según esta doctrina vendríamos a estar siempre en campaña electoral, una campaña electoral que duraría antes y después de nuestra existencia, salvo dictaduras o golpes de estado de por medio.

A mí las campañas me parecen largas e innecesariamente confusas. Y poco ingeniosas. Las campañas de publicidad de los automóviles, por ejemplo, son mucho más imaginativas, tanto que, a veces, no sabes si lo que quieren es vender automóviles o no dejar el presupuesto de publicidad sin gastar.

Pero lo que contribuye a que la sensación de eternidad se afiance en las campañas políticas es la repetición de los argumentos. El partido en el Gobierno se refiere a la oposición como una pandilla de misacantanos sin experiencia, cuya llegada al poder sería un desastre. "¿Se imaginan a Fulano de Tal de ministro de Asuntos Exteriores?", dicen en los mítines los miembros del partido del gobierno. Y los conmilitones se matan de risa satisfecha. Los del partido de la oposición, en cambio, achacan al Gobierno todos los males que les han ocurrido o les puedan ocurrir a los ciudadanos, desde el estreñimiento a los cambios meteorológicos. "Cuando nosotros lleguemos al poder no habrá niebla, y lloverá sólo por las noches, no como con este Gobierno que llueve cuando salen los niños de la escuela". Y los conmilitones aplauden no menos satisfechos. Todo esto tendrá un final el próximo catorce, pero hasta entonces la semieternidad se asemeja a lo infinito.

*Escritor y periodista