Hoy, cuando el invierno domina los días y las noches, cuando la primavera -coqueta como siempre- se hace de rogar más que nunca, me ha dado por pensar que: si la democracia se empequeñece, si se envilece, si llegara hasta enloquecer, si no se la reforma sino que al transformarla se la traiciona, si a base de sofismas y soflamas se la inflama, si se enferma, si se encierra, si retrocede o renuncia, si ya no denuncia, si no se pronuncia, si ya no ilusiona ni encandila, si ya no acomete ni acontece, si ya no se aprende ni aprehende, si ya no apasiona ni presiona, si no se practica ni predica, si ya no gusta, si disgusta o se disfraza, si se zafa de injusticias y descréditos, si cae del lado de desproporciones y despropósitos, si carece de métodos y méritos, si se extravía, si se le asedia, asfixia o emborrona, si se la deshabita y desbarata, si por irrisorio precio se la vende y se la compra, si con prestidigitadores trucos y juegos se deja en manos de villanos, si se la abandona, si se trueca, si se la disloca o descoloca, si ya no se la pretende, si no se emprende ni entiende, si no existiera ni persistiera, si el acecho la vuelve mustia y en lugar de declarar, propugnar o proclamar musita o grita, si se diluye, si se difumina y se pierde… entonces nosotros…

Nosotros al hacer de una forma de gobierno y vida un laberinto de presiones y coacciones sin garantías, al pervertir en engaño una promesa, al deshonrar los valores y principios, nosotros al consentir, callar o procurar el daño -la escala varía según el caso-, nosotros, al primar la cobardía y la inconsistencia, al castigar la cordura y la coherencia, nosotros, al propiciar el peor de los momentos y panoramas, nosotros, los que nacimos y crecimos al amparo de su luz, ¿podremos seguir siendo los mismos? ¿O, emulando sus dirigidos y torcidos pasos nos veremos, al compás de ella, empequeñecidos, envilecidos, renunciados?

Si hemos decidido olvidar que la democracia es una experiencia arriesgada y frágil, si renunciamos, si claudicamos, si nos rendimos, si callados e impasibles aceptamos la degradación y desgranado de tanto, si por soberbia o debilidad renunciamos al ejemplo del diálogo, si por comodidad llegamos a pactos con el retroceso y la decadencia, nuestra opción resultará demasiado cercana a la derrota y nuestra pérdida, tal vez sin vuelta atrás, evitable.

Hoy, en esta mañana de sol aritmético y distante me pregunto qué será de nosotros si la democracia nos faltara, pero también qué será de nuestros hijos y de los suyos. ¿Qué clase de bienes y amores generarán las siguientes generaciones si fallamos a nuestra palabra, si faltamos a nuestro deber y dilapidamos el más sacrificado de los legados? Ojalá que en primavera, cuando el calor compadecido haga acto de presencia, este exhorto resulte insensato, inconsecuente, caduco, absurdo.