Las Cortes de Aragón acaban de rechazar una nueva moción de los populares aragoneses que aspiraba a expresar la protesta de la Cámara a causa de las supuestas veleidades expansionistas de Esquerra Republicana y su, por ahora, utópica República independiente de Cataluña, o Catalonia. Todos los grupos, como de común acuerdo, se esforzaron por intentar convencer al portavoz del PP, Antonio Suárez, de que ni la voracidad de nuestros vecinos de la Generalitat llega a la anexión territorial ni las comarcas catalanoparlantes de nuestra comunidad autónoma ofrecen indicios de pretender cambiar de bandera. Suárez no debió quedar muy persuadido, pues insistió en que las huestes de Carod, que acaban de firmar con Chunta un pacto electoral para las próximas elecciones europeas, suponen una amenaza para "el territorio y la soberanía de Aragón". Creo recordar que es la primera vez que un destacado miembro del partido conservador se refiere, como término de debate político, a la "soberanía de Aragón", sin que me resulte posible interpretar, en el centralista contexto del Estado que maneja el PP, el sentido o alcance de dicha acepción. ¿Fue un lapsus, o los populares aragoneses se han vuelto soberanistas?

El fantasma de los Països Catalans no es nuevo. Jordi Pujol lo esgrimió en algunas ocasiones, llegando a colorear, en los mapas oficiosos de su soñado imperio, algunas comarcas de la Franja y hasta, en una ficticia extensión, el parque nacional de Aguas Tuertas. Pujol jamás movió un dedo por Aragón, ni por el Archivo de la Corona, ni por los bienes artísticos de las parroquias de La Franja, ni por la Conferencia de los Pirineos, que no le interesara mover a cambio de algo. En ese sentido, como vecino, su política dejó mucho que desear. Incluso promovería, en sus distintas fases, un trasvase del Ebro que al final le costaría un rédito de votos, y el poder a su sucesor.

La inquietud del PP-Aragón, siendo, como lo ha sido, oportunamente orquestada en el entorno del debate de investidura, a fin de arrojar nuevas sombras sobre las alianzas del PSOE, no es del todo baladí. Un sector de la sociedad catalana, del nacionalismo catalán, ha mantenido siempre en la recámara su aspiración a contar de alguna manera con los territorios en los que, de manera más o menos dialectal, se habla su lengua. Joan Puigcercós, portavoz de ERC, le recordaba antes de ayer a Zapatero, en el capítulo reivindicativo del catalán, que su idioma es hablado por diez millones de españoles. Que ya son algunos más de aquellos seis del chiste de Pujol en su visita a China.

Maragall, en sus primeros pasos, ha demostrado un talante más próximo y colaborador que el de su antecesor. Ha estado con nosotros, y en primera línea, en la lucha contra el trasvase, y ha emitido, en su fluida comunicación con Marcelino Iglesias, opiniones y juicios que permiten aventurar una buena relación futura entre ambas comunidades hermanas.

La faena por hacer es mucha, tanta como las ventajas a compartir. Hay que encontrar el camino, y jugar limpio.

*Escritor y periodista