El fenómeno de la violencia de género no deja de expandirse, también en Aragón. Mujeres maltratadas por sus novios, sus maridos, sus ex-compañeros e incluso sus hijos se deslizan como trágicas sombras por los juzgados o cargan su cruz en silencio. Al menos no forman parte de la estadística más siniestra, la que suma cada año el creciente número de las que han sido asesinadas.

Ese recurso a la violencia sexista por parte de algunos hombres se debe a diversos factores. Es la consecuencia de la reacción machista frente al avance de la emancipación femenina, es el fruto de unos viejos y perversos códigos de conducta y es también el resultado de la sensación de impunidad que desde hace decenios ha venido alentando a los maltratadores. Darle la vuelta a tal situación exige sin duda un gran esfuerzo de educación individual y social, pero también la puesta en marcha de procedimientos y recursos que permitan proteger a las mujeres amenazadas y castigar de forma contundente a quienes usan la violencia contra ellas. Algo se ha avanzado en este último terreno, pero sigue siendo insuficiente. España no puede seguir albergando de forma indefinida esta sangrienta modalidad de terrorismo doméstico . Hay que ponerle fin.