En ciertas ocasiones, cuando uno va cargado de razones y suelta un "Idos a la mierda", se queda muy a gusto, ligero, como recién salido de la ducha. Le pasó a Fernando Fernán Gómez, el gran cómico, anarquista y zangolotino, en la presentación de sus memorias, cuando un admirador le pidió que le dedicara el libro con tal terquedad --lo interrumpió hasta en nueve ocasiones-- que el actor, ya entrado en años, perdió los estribos y lo mandó a la mierda dos veces. También es exculpable la salida de tono de Marta Ferrusola. Venía cargada del agosto en Queralbs. Un día tras otro, la casa amanecía rodeada por una nube de reporteros, cámaras y fotógrafos, apostados en la verja. Un acoso mediático diario e insoportable después de la confesión familiar de tan alto voltaje. Hasta que la exprimera dama llegó al límite de su paciencia: "Váyase a la mierda". Cualquiera puede perder los nervios, pero visto el vídeo varias veces, no pesan aquí tanto las palabras dichas como el lenguaje corporal, la altivez de la barbilla, la displicencia con que la matriarca cierra la portezuela del taxi. Es como si estuviera diciendo sin decirlo: ¿qué os habéis creído?, ¿acaso no sabéis quién soy? El caso trae a la memoria otro célebre "a la mierda", el de Labordeta en el Congreso cuando los diputados del PP le invitaron a coger la mochila y le llamaron "cantautor de las narices", hasta que el maño reventó. Pero lo bueno viene luego, cuando replica que lo que en verdad les fastidiaba era tener que jugar al juego democrático y escucharle, ceder el turno a otras voces cuando desde siempre habían estado acostumbrados a controlar el poder. A veces el pueblo soberano reclama explicaciones, y no hay nadie intocable en el pedestal. Periodista