La fratría es tradicionalmente una agrupación masculina de carácter fraterno, así pues una hermandad intermasculina de tipo social o cultural. Frente a la fratría, el feminismo contemporáneo ha reivindicado la sororía, que es una agrupación de féminas, a modo de hermandad interfemenina. El feminismo actual puede considerarse así una sororía compuesta por mujeres, pero que debe estar abierta a todos los hombres con sensibilidad femenina (ánima) y no solo masculina (ánimus).

Ahora bien, denominamos fratría a la hermandad o encuentro fraterno entre hombres y mujeres, diseñado no solo por su igualdad social, sino también por su libertad o diferencia cultural. Se trataría de apostar por un hermanamiento horizontal o democrático, frente al tradicional ordenamiento vertical o patriarcal del hombre y la mujer. El concepto emergente de la fratría puede servirnos para amparar dicho encuentro femenino-masculino y masculino-femenino, ya que fratría obtiene una vieja denotación masculina, pero una nueva connotación femenina.

En efecto, la fratría connota la relación típicamente femenina, la congregación frente a la disgregación, la concurrencia frente a la competitividad, la horizontal frente a la vertical. De esta manera, podemos ampliar la idea pura y dura del feminismo militante a un concepto más abierto que denominamos femEnismo. Mientras que el feminismo tiene el peligro de enfrentar la fémina al varón, el femEnismo tiene la ventaja de proclamar lo femenino tanto en la fémina como en el varón: y ello para la asunción complementaria y compensatoria de su masculinidad.

Finalmente, quizás sea posible una cierta entente entre la sororía feminista, abierta al hombre, y la fratría masculina, abierta a la mujer. Es tiempo de implicación o implicaciones, y no de separaciones, precisamente para evitar tempestades y contusiones. Y es tiempo de espacio abierto y no cerrado, precisamente para evitar colisiones y propiciar colusiones. Yo mismo reivindicaría una nueva máxima mínima para el hombre y la mujer: homo homini mulier. La mujer es el nuevo nombre del hombre, es decir, de su humanidad.

Que, en nuestro mundo, la figura del varón, levantada sobre el arquetipo de un orden dominado por el patriarca, en el que están inscritos en posición subalterna mujeres e hijos, está en crisis, es algo incontestable desde que, tras la Revolución Francesa, dicha figura comienza a perder el poder omnímodo que ejercía en el ámbito familiar, en favor de un Estado que se propondrá administrarlo racional y equitativamente. El problema es que, con este cambio, el padre en tanto que arquetipo no desaparecerá, pues pasará a ejercer su poder de un modo más sutil, efectivo y global. Es precisamente a esta clase de Padre al que desde hace más de dos siglos han ido acudiendo distintas clases de gentes desfavorecidas por el orden, unas veces de la mano de ideologías y otras sin ellas. Las mujeres que desde un amplio abanico de discursos feministas reclaman al Estado el cumplimiento de la igualdad podrían ser un ejemplo de ello. Sin embargo, la mujer o feminidad apelada por el feminismo significa mucho más. Gran parte de ese exceso de sentido remite a otro arquetipo, el de la Madre, muy presente en el mundo mediterráneo anterior al patriarcalismo y que no ejercía su influencia a través del poder ni tenía un carácter celeste e inmortal, sino que provenía de la fecundidad y se encarnaba los ciclos de nacimiento y muerte de la naturaleza. Mantuvo su influencia en Grecia a través de deidades como la vieja madre Gaia (tan amada por dar la vida como temida por quitarla) o Deméter (a la que en Eleusis peregrinaban los griegos para expandir sus conciencias). Se introdujo en el cristianismo como la Virgen María, apareciendo en cuevas y aguas. Y en nuestros días también anda de la mano del feminismo.

El orden patriarcal está en crisis, en definitiva, porque el padre, aún elevándose a los cielos del Estado, es incapaz de sostener su poder, ni siquiera a base de auctoritas. También está en crisis por el regreso o anamnesis, a través del feminismo, de ciertos aromas matriarcales. Pero igualmente está en crisis por la emergencia y progresivo asentamiento, desde Grecia a la Revolución Francesa pasando por el cristianismo, de un arquetipo, la fratria, con sus correspondientes influencias sociales, si bien no tiene (aún) ideologías ni incluso mitos propios. Freud sospechó de su importancia pero la desfiguró inmediatamente al imaginar que nuestro orden social está imaginariamente levantado por la alianza de los hijos para matar al padre y apropiarse de las mujeres. Acierta al pensar que los hijos son importantes pero falla en todo lo demás.

La fratría huye de las antinomias para pasar a afirmar el enigma de la unión de contrarios, simbolizado por el ándrógino, tan varón como mujer. Por otro lado, la fratría huye del eje vertical que desde los cielos dibuja el padre y que desde la naturaleza irradia la madre para mostrar una relación horizontal y aún anarcoidal, que se manifestaría en muchos ámbitos. Uno de ellos es la democracia, aunque su funcionamiento todavía debe más al padre. Pero también está presente en dos fenómenos, no sólo contrapuestos, sobre los que el padre pretende vanamente mantener su influencia. Uno es la concurrencia agonal y competitiva que administran los mercados. Otro tiene que ver con las complicidades eróticas que se tejen a nivel cotidiano a la hora de gestionar y crear lo común. Tampoco habría que olvidarse del arte, ámbito en el que las reglas hace tiempo que han desaparecido. Estos tres titanes, con relaciones muy complejas entre sí, dibujan un horizonte posautoritario.

Habrá que acostumbrarse a su gramática. La verdad, belleza y bondad, ya no derivan de principios absolutos (patriarcales) ni tampoco dependen de los contextos y situaciones relativos (matriarcales), sino más bien de los encuentros y desencuentros de las gentes (fratriarcales). Este relacionismo huye decididamente de cualquier absoluto e inventa o depone principios, lenta y anónimamente, a través de las ideas y venidas de todos nosotros por entre los laberintos de la vida cotidiana.

*Catedrático de Filosofía.

**Sociósofo