Felicidades, es el Día de la Marmota. Hoy veremos en las televisiones, una vez más, a un grupo de tacañones disputando el protagonismo a los meteorólogos. Poco importa que, en realidad, nuestro simpático animal asome el hocico buscando a su futura pareja de apareamiento. O que el porcentaje de acierto sobre la duración mayor o menor del invierno sea, en realidad, de un 39%. Donde hay una buena leyenda que se quite el aburrimiento científico. Y si da dinero, con más razón.

La película que protagonizó Bill Murray en 1993, Atrapado en el tiempo, consagró un término que ha triunfado en psicología, para explicar la reiteración de pensamientos y comportamientos de los que parece imposible salir. Teniendo en cuenta que en un día tenemos de media unos 60.000 pensamientos, basta con que tres o cuatro se pongan plastas para que nos amarguen la vida. La consecuencia es que nos preocupamos y comenzamos a rumiar en nuestra mente como si fuéramos vacas tras hincharnos de pastar forraje de ideas. Con una diferencia, la preocupación hace alusión al futuro y la rumiación al pasado. Estos dos procesos pueden tener aspectos positivos de adaptación cuando conducen a la reflexión para ofrecer soluciones y reevaluaciones de problemas. Pero también pueden ser muy perniciosos cuando son improductivos, repetitivos, incontrolables y centran toda nuestra atención de forma rígida en lo negativo. En este último caso, el paciente nos pide ayuda psicológica para que le ayudemos a despertar de ese eterno Día de la Marmota que le agobia con cavilaciones de las que no puede salir. La ansiedad y la depresión son la consecuencia patológica de este estrangulamiento.

Tenemos herramientas, desde la psicología, para hacer frente a las marmotas de nuestro cerebro. La mejora de las habilidades en inteligencia emocional está siendo muy útil para hacer frente a este remolino de pensamiento. Las denominadas «terapias de tercera generación», que nos ayudan a modificar conductas, a la vez que trabajan aspectos como la relación del paciente con su problema y su contexto, están siendo muy beneficiosas para ejercer la psicoterapia de Andie MacDowell en el epílogo del filme.

Esta semana, el Real Zaragoza nos despertó de nuestra marmótica pesadilla futbolística en la Segunda división. Salieron los maños al campo y su sombra reflejada en las gradas anunció que su glaciación en el infierno podría llegar a su fin. Lo confirmaba, con su chistera balompédica, Zizou. El equipo de Víctor Fernández perdió un partido de fútbol, pero ganó al fútbol. La importancia de la levedad de este deporte en la vida hace que la propia vida sea mejor. Les pondré un ejemplo muy visual. Considero que la atención bucodental debería ser una prioridad de la sanidad pública. El hecho de poder disfrutar de una ortodoncia, de unos implantes o de una simple limpieza de boca, no debería estar sometido a un costoso presupuesto privado, a menudo muy alejado de la capacidad económica de una gran parte de la población.

No lo defiendo, solo, por una cuestión sanitaria. Sino porque es una prioridad social. Por una razón tan sencilla como potente: la gente sin recursos tiene derecho a sonreír. Y para eso deben poder mostrar su dentadura. Con el balompié pasa algo parecido. Un deporte como el fútbol, dominado por el dinero y las estrellas, es capaz de democratizar la felicidad. Cuando las dificultades del empleo, los problemas de la familia o la incertidumbre del futuro, nos recuerdan el ritmo de la marmota, el fútbol nos da vida.

Tras rumiar siete temporadas en Segunda, esperamos que nuestro equipo nos devuelva una autoestima que es más fácil encontrar en La Romareda que en la calle. No es un lujo que tengamos derecho a lucir la sonrisa del fútbol. El campo municipal se convirtió el miércoles en un gigantesco grupo de autoayuda, futboleros anónimos, en el que nos confesamos como irredentos adictos a unos colores. Pero no lo hicimos por ninguna referencia personal o institucional. Sino por una pasión que nos necesita tanto como ella a nosotros. Estuvimos apoyando a nuestro equipo, como amantes que no entienden ni quieren saber de trapicheos, recalificaciones o networking de palco vip. Porque todo amor, en el fondo, es egoísta. La orgía de onanismo futbolístico del pasado miércoles socializó el orgasmo de un sentimiento común, compartido con los que veían y escuchaban el partido desde sus casas, desde otros países, o de quienes sin gustarles el fútbol, sabían que se jugaba algo más que fútbol. Ahora que ya hemos recordado el placer de lo que era vivir en la primavera de Primera, sigamos despiertos para no volver a la hibernación del pasado.

En la actualidad política las marmotas siguen fieles a sí mismas. En España, Aznar aconseja a Casado que no piense en el elefante verde. Complicado no pensar en el paquidermo que te sostiene. El mismo que en Zaragoza montan PP y Ciudadanos para pisotear, bebés en su espacio, mujeres que ya no serán víctimas de la violencia de género y a un tejido social que asfixia con la guillotina de sus presupuestos. Ya lo decía ayer el zaragozano Manolo Kabezabolo, presentando su nuevo disco, Tanto Tonto Monta Tanto. Pura resistencia punk. En fin, esperemos que nuestro ayuntamiento tarde menos que el Real Zaragoza en regresar a la primera división progresista.

*Psicólogo y escritor