La breve entrevista celebrada entre Zapatero y Marek Belka, primer ministro polaco, aprovechando la cumbre de Bruselas, palió el error diplomático español de avisar demasiado tarde de que nuestro país no comparecería a una reunión bilateral previa. La extremada duración de la declaración de Zapatero ante la comisión parlamentaria sobre el 11-M, efectuada el día anterior, justificaba el aplazamiento, pero no la negligencia de agenda que supuso no haber previsto el problema. Luego, notificarlo a Polonía sin margen de tiempo constituyó otra chapuza. A la vista de cómo estaban las cosas, hubiese sido preferible celebrar de todos modos la cumbre, aunque el presidente español estuviese cansado. El fallo es apreciable, pero empieza y acaba aquí. Sin embargo, ha vuelto a provocar otra carga de caballería del PP como si hubiera sido mucho más trascendente. Esta sobreactuación de los conservadores, que consideran que todo lo que hace el Gobierno es nefasto, crea la misma falta de credibilidad que acaban teniendo los delanteros de fútbol que siempre caen en el área contraria, haya o no penalti. Pero genera desazón. Parece que se trata de eso, de que la opinión pública esté siempre tan tensa como el propio PP.