El debate reciente sobre la reconstrucción económica en la Unión Europea ha vuelto a resaltar las diferencias entre unos países y otros, en relación a las finanzas y a determinados valores que subyacen en las respectivas sociedades, en cuestiones relativas a aspectos culturales, religiosos o sociológicos. Encontramos a unos países que ahorran y a otros que gastan y parece que esto responde poco menos que a una maldición bíblica y no a determinadas actuaciones económicas y políticas. Frugalidad y austeridad no son dos conceptos sinónimos. Incluso el término frugal es poco apropiado para describir hechos o comportamientos económicos, aunque haya hecho fortuna en el debate público. Podemos ver países, cultural y geográficamente muy próximos, como por ejemplo Bélgica y Holanda, que mantienen actitudes y prácticas completamente distintas. Bélgica sería un país gastador, cuyo endeudamiento supera más del 120% del PIB, mientras Holanda tiene las cuentas equilibradas y por eso se le cataloga de frugal, cuando no tiene un gasto público inferior a Bélgica o España. Frugalidad no significaría ser tacaño sino más bien que uno vive de acuerdo con sus posibilidades.

La austeridad sin embargo es gastar poco y en el terreno económico es renunciar a una de las palancas que tienen los estados para hacer frente a las situaciones de crisis económica. Responde a las ideas keynesianas (recordemos que Keynes no fue un marxista ni un izquierdista; era un aristócrata liberal, con sentido común) para hacer frente a las crisis con políticas anticíclicas. Es decir, cuando hay una situación de caída de la actividad económica y el sector privado no puede empujar y se produce desempleo, entonces es cuando el Estado interviene con endeudamiento de manera que, en fases posteriores, cuando haya crecimiento económico, se compensará con los superávits.

La frugalidad debería ser un criterio orientador de políticas públicas y privadas desde tres puntos de vista por lo menos. En primer lugar, se trata de vivir de acuerdo con tus posibilidades, no endosar a las generaciones venideras el coste del gasto público actual; en segundo lugar, como forma de ahorro precautorio, es decir, generar unas reservas para las situaciones de crisis y, en tercer lugar, por una cuestión medioambiental, es decir, crecimiento económico continuado sí, pero con criterios de sostenibilidad del planeta. En este último sentido conviene recordar la pregunta que se hacía, precisamente el biógrafo de Keynes, Skidelsky

Pero volviendo al punto de las políticas de la Unión Europea resulta sorprendente como respondemos en nuestro país, cuando, esta vez, Europa lo ha hecho bien. La gestión de esos recursos públicos exige que tengamos un plan y unos programas. Ese plan necesariamente debe partir de los Presupuestos del Estado y con esa base generar una cascada de actuaciones hacia las administraciones subcentrales. Pues bien, el debate público apunta a muchas dificultades para conseguir unos presupuestos. Pedimos la solidaridad europea y unas políticas acordes con el proyecto europeo y aquí mantenemos un enfrentamiento inútil y costoso. Por otra parte, cuando hablamos de esa solidaridad, nos encontramos con la insolidaridad de determinadas comunidades o determinadas instituciones. La bronca que han armado desde diferentes municipios a la administración central no tiene siempre fundamentos sólidos. Algunos ayuntamientos han sido unos pésimos gestores y no tienen derecho a quejarse y otros han sido cumplidores y por tanto deberían beneficiarse de los fondos públicos. El acuerdo con la FEMP así lo recogía en líneas generales. ¿Vamos a premiar la mala gestión? Es la lucha permanente por repartirse algo que todavía no ha llegado y que podría no llegar si seguimos en estas.

En fin, un ejemplo muy ilustrativo y muy decepcionante para que Europa dude de la solidaridad y para dar pábulo a determinados clichés sobre nuestro país de esos mal llamados frugales. Demandamos la solidaridad europea pero no nos planteamos qué podemos y qué debemos hacer nosotros, cómo podemos contribuir a afrontar la crisis. Esta crisis no se resuelve yendo cada uno por su lado o tratando de coger una parte de todos los demás, es decir, estirar la manta para dejar desnudos a otros, en definitiva, con insolidaridad y egoísmos partidistas o territoriales. No es de recibo el comportamiento de algunas comunidades y ayuntamientos, en relación al Gobierno central en los aspectos económicos y, todavía menos, en los sanitarios, ocultado datos o dando cifras falseadas.