Un día lo encontrarán, supongo. Hablo del Boeing que desapareció en el Índico en el 2014 y cuya búsqueda suspendieron hace unas semanas. Ya sabemos que de vez en cuando hay un accidente. En el ámbito de los aviones, los trenes, los autocares, medios de transporte que son colectivos. Quizá son más los fallecidos en accidentes de vehículos particulares, pero siempre es más noticia un desastre de aviación que provoca muchas víctimas. El hecho crece en dramatismo cuando el accidentado es un avión que cae al mar y no se puede encontrar a ningún pasajero.

Se habla de un sabotaje, de una catástrofe provocada. Incluso se habla de una desconexión deliberada de los sistemas de comunicación. Para hacerlo más misterioso, el avión estuvo volando, dicen, al menos siete horas en una dirección opuesta a la del principio.

Pienso en el mar, en los inmensos océanos, en ese mundo bajo la tierra. Una extensión y una profundidad que nos cuesta imaginar. Y he recordado mis viajes de otros tiempos. Viajes cortos en avión por Europa, como turista, y más largos por Asia para hacer reportajes. No he tenido miedo, siempre he pensado que el vuelo no dependía de mí. No me inquietaba. Me adormilaba camino de Tokio. Y ahora resulta que un avión no ha llegado a ninguna parte. Antes era popular la expresión «buscar una aguja en un pajar». Baudelaire escribió esta sentencia: «Hombre libre, tú amarás el mar». Confieso que yo no lo amo. Admiro la modestia tranquila de las olas, la sabiduría de saber retirarse y volver. Es triste que se convierta en una tumba. H *Escritor