El pasado sábado pudimos ver en Canal Plus la película Tal como éramos , no sé si programada por la historia de amor en el día de San Valentín o por su carga antibelicista en el primer aniversario del comienzo de la invasión a Irak. En la película se hacen citas a la Guerra Civil española, y está ambientada, gran parte de ella, en la Segunda Guerra Mundial. Tiempos de guerras, malos tiempos, como los actuales. España está embarcada en algunas guerras más o menos activas, como las de Afganistán o Irak, sin olvidar a la ex Yugoslavia, y todo ello en medio de una importante transformación de nuestros ejércitos, que de contar con una tropa de leva forzosa han pasado a contar exclusivamente con soldados de recluta voluntaria, formándose lo que llamamos, no sé si muy acertadamente, Fuerzas Armadas profesionales. Antes de comenzar a ver la película estaba repasando la prensa y en la del día anterior, viernes 13, se daba cuenta de que el Gobierno español había decidido aumentar el contingente de fuerzas españolas en Irak de manera muy sensible, llegando a duplicar los efectivos actualmente implicados hasta un total de 2.500.

Las Fuerzas Armadas españolas han sufrido en los últimos años una transformación de dimensiones inimaginables poco antes. De unos ejércitos muy numerosos, desplegados en el territorio nacional de forma que fuese evidente la ocupación del terreno mucho más allá de lo necesario, con un servicio militar excesivo en su duración y mínimo en su interés para la mayoría de los soldados, se ha pasado en algo menos de treinta años a unas FFAA de dimensiones mucho más ajustadas a las posibles amenazas, con el consiguiente desmantelamiento de la estructura franquista de cuarteles en cada pueblo medianamente grande. Pero la solución, lejos de estar cerrada, no es perfecta ya que vivimos en tiempos cambiantes, y las necesidades hoy no son las mismas que ayer.

LOS EJERCITOS en tiempos de paz cumplen una doble función: primera, servir de advertencia a quienes puedan sentir la tentación de atacar la soberanía o independencia del Estado, su integridad territorial, o su ordenamiento constitucional, tal como reza, en el caso de España, el artículo octavo de nuestra vigente Constitución; y, segunda, prepararse para intervenir en caso de que se produzca alguno de los supuestos indicados. Cuanto más alto sea el grado de preparación de quienes integran las FFAA, mejor se cumplirán ambas funciones, y a lograrlo se deben dirigir los esfuerzos de los responsables políticos y de los profesionales.

Mientras España se mantuvo aislada militarmente del resto del mundo, salvo de EEUU, por aquello de las bases, la cuestión de la preparación de nuestros militares se circunscribió a nuestras fronteras: mucho cuartel, mucho soldado, pocos medios, y pocas maniobras. Pero el cambio de régimen político y nuestra incorporación como miembros de pleno derecho a la comunidad democrática internacional nos ha llevado a replantearnos los límites geográficos de nuestra actividad castrense.

DESDE 1988, cuando oficiales españoles participan por primera vez en misiones fuera de España (UNAVEM-1, bajo mandato de la ONU verificando el abandono de las tropas cubanas de Angola) hasta nuestros días, un total de 44 operaciones extraterritoriales han tenido lugar, según el detallado y magnífico estudio de la profesora Gamarra Chopo, La cuestión de la constitucionalidad de la participación de las Fuerzas Armadas españolas en misiones internacionales y su control político . Las banderas bajo las cuales han intervenido tropas españolas, allende nuestras fronteras, van desde la más habitual de la ONU, hasta la de coaliciones ad hoc , pasando por las de la Unión Europea, la UEO, la OSCE, o la OTAN. El número de oficiales, suboficiales y clases de tropa, que se han visto involucrados en estas misiones es muy elevado, dándose la circunstancia de que algunos militares han tenido que formar parte de cinco y de más acciones de esta clase, con permanencias en el extranjero de cuatro a seis meses en cada ocasión.

La experiencia suele ser interesante y, salvo por la reiteración, quienes han participado en cualquiera de ellas la valoran positivamente. La opinión de la ciudadanía me parece que no es tan favorable. Preguntas como si es razonable y asumible el gasto, si el número de efectivos desplazados tiene que ser proporcional al de miembros de las FFAA, si la bandera de la ONU es la única aceptable, o sobre la inexcusable obligación de que sea el parlamento quien decida en cada caso, son las que se hacen muchos españoles. ¿2.500 soldados españoles en Irak?, pues según y cómo. En estos momentos, en mi opinión, si no es bajo la bandera de la ONU no debería haber ni un soldado español en aquellas lejanas tierras.

*Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Zaragoza