La Caja de Ahorros de la Inmaculada, en su maravillosa colección Mariano de Pano y Ruata , acaba de dar a la luz la última de sus monografías: "Los mudéjares en Aragón". Un trabajo verdaderamente espléndido firmado al alimón por tres especialistas en la materia: Esteban Sarasa, Gonzalo Borrás y María Isabel Alvaro. El primero de los citados es medievalista y director del Instituto de Estudios Mudéjares; los dos últimos, asimismo vinculados a la Universidad de Zaragoza, son catedráticos de Historia del Arte.

Nos recuerda Esteban Sarasa que el censo de 1495, ordenado por el rey Fernando II, arrojaba un balance de 25.000 mudéjares, o moriscos, sobre una población total de 250.000 almas. En Zaragoza, la morería albergaba aproximadamente a un 3%; en Huesca, el 6%; en Teruel, nada menos que un 10%; o un 4% en Tarazona. Los moriscos dependían en un 16% del rey (realengo); el resto, de señores laicos y eclesiásticos, entre los que no faltaban las Ordenes Militares.

Francamente curioso es el fogaje que recoge con detalle los nombres y oficios de distintas poblaciones. Así, por ejemplo, en Fuentes de Ebro convivían a finales del siglo XV ambas comunidades, cristianos y moros, en una mezcolanza de apellidos que no me resisto a citar: Anthon Navarro, Ali el Carnero, el sastre Maestre Pedro, el ferrero Mahoma, Johan del Buey, el alfaquí Mahoma Ledet, Mazparrota, Mahoma Murbiedro, Thomas Valdobin, Ali de Calanda, Johant de Sant Stevan, Audalla Largon, Bernardino Colon, La de Yuce de Guerto, La Viuda Ladron... Reflexionen, en fin, sobre lo que late en el Aragón profundo...

Gonzalo Borrás, uno de los máximos especialistas en arte mudéjar, al que ha dedicado buena parte de su fecunda carrera, rinde un cariñoso recuerdo a José Amador de los Ríos, cuyo discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, leído en 1859 bajo el título de "El estilo mudéjar en arquitectura", está considerado como la pieza fundacional de los posteriores estudios sobre esta manifestación inequívocamente hispana. El largo período de la Reconquista, la asimilación cultural de los moros vencidos y la fascinación de los cristianos frente a los monumentos islámicos de las ciudades conquistadas sirvieron de fermento, según Borrás, para el desarrollo de este arte único, devenido hoy en una de nuestras principales señas de identidad.

Por su parte, María Isabel Alvaro consagra su aportación a las artes decorativas mudéjares y a su relación con el arte islámico: cerámica de aplicación arquitectónica, vajilla, yeserías, así como a la carpintería y trabajos en techumbres, coros, puertas (como la procedente de Daroca, estudiada por Toribio del Campillo, que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional) y mobiliario doméstico. Cerámicas, azulejos o taraceas ornamentan el ladrillo, el mármol o la piedra de La Aljafería, la corte más brillante de la España musulmana en el siglo XI, según Burckhardt, así como otros monumentos en distinto estado de conservación.

Soberbiamente encuadernado e ilustrado, el volumen es un auténtico lujo.

*Escritor y periodista