L sociedad deportiva Tiro de Pichón ha puesto en marcha un interesante ciclo de veladas culturales, cuya inauguración corrió a cargo del alpinista Carlos Pauner.

El héroe del Kachenjunga disertó sobre múltiples temas relacionados con la cultura de la escalada, su aprendizaje, sus objetivos, sus enormes dificultades. A medida que nos introducía en los secretos del montañismo, un proyector hacía sucederse bellísimas imágenes extraídas de sus expediciones a los ochomiles, pero también de las paredes de Riglos, de picos andinos, pirenaicos, de campamentos bases, de niños y familias nepalíes con quienes aprendió a convivir durante sus largas estancias en la cordillera del Himalaya.

Pauner relató con estremecedora precisión su dramático descenso del Kachen , cuando quedó aislado del resto de sus compañeros y tuvo que enfrentarse en condiciones extremas a un destrepe infernal.

Allá arriba, por encima de los 8.500 metros, con temperaturas inferiores a -35º, con las corrientes de la estratosfera amenazando con desestabilizar al montañista a cada paso, Pauner tuvo que apelar a todo su autocontrol y fuerza de voluntad para no sucumbir. Perdió el piolet, se le rompió una bota, extravió la visión de un ojo, extravió el camino, comenzó a notar síntomas de congelación en los dedos, y de alucinaciones en la mente. Veía gente, otros escaladores, sherpas que ascendían con su característico paso racheado, y llegó a verse a sí mismo, desdoblado, otro, caminando junto a él, hablando con él. Avanzaba a razón de cincuenta metros por hora, y la variable tiempo había desaparecido de su capacidad de disquisición. No podía contar hasta cien; sólo hasta veinticinco. No podía quedarse dormido, o hubiera muerto. En medio de la ventisca, la ilusoria proyección de un sherpa le corrigió la senda equivocada. Finalmente, después de dos días de lucha contra la montaña, nuestro héroe alcanzaba el campamento base, y, con él, la gloria deportiva.

Pauner, a sus cuarenta años, es ya una leyenda, pero nada en él ha cambiado. Su amabilidad y sangre fría le acompañan en todo momento, proporcionándole un aura de serenidad que muchos quisiéramos. Lejos de trascender, de epatar con grandilocuentes frases, el himalayista nos insistió en la necesidad de adaptarse físicamente al entorno, de convivir con la gente del país, alimentarse con su comida, y, por supuesto, estudiar exhaustivamente la cima que se pretende atacar. Nos explicó cómo se trabaja en los sucesivos campamentos, de qué manera se abren los caminos, y se instalan las cuerdas, y cuál es el mejor día para lanzar el ataque. Hay picos, como el K-2 o el propio Kachen que sólo permiten una cordada hasta la cumbre durante cuatro o cinco días al año. El resto, las corrientes estratosféricas, capaces de volar a doscientos kilómetros por hora, hacen imposible el ascenso.

Pauner nos habló del compañerismo, de la belleza de la montaña y de sus sensaciones cuando está en ella. Fue una lección de integridad y de integración en el medio. De humildad y voluntad. De heroico pundonor.

*Escritor y periodista