Está por ver que se compruebe, verifique y confirme la noticia de que es Paesa, pero es indudable que en su momento nadie se terminó de creer que la aparición de su esquela en las páginas de El País , significara lo que pretendía el autor de la treta: que pareciera que había desaparecido de la faz de la tierra. Se especuló profusamente sobre las buenas relaciones personales y comerciales de los pillos Roldán y Paesa, y sobre quién pudo haber engañado a quién, en aquellas historias de muchos dineros y fugas consecutivas. Parece que finalmente fue Paesa el más espabilado y quien se fugó con buena parte de los dineros escamoteados al Tesoro Público por el exdirector general de la Benemérita. Y desde entonces, se había producido una cierta paz y un relativo olvido sobre el personaje Paesa, que se suponía que habría llegado a cambiar incluso de rostro, para pasar lo más inadvertido posible a eventuales buscadores.

Ahora nos han contado que, siguiendo las huellas de una sobrina suya, reaparece Paesa bien instalado en Luxemburgo, con nombre falso de ciudadano argentino. Eso era el lunes, y es posible que el pájaro se haya asustado y esté volando a cualquier otro destino. Tal vez, porque acaso nadie tenga demasiadas ganas de detenerlo o retenerlo, aunque así se haya proclamado. ¿Qué reclamación pende sobre Paesa, el hombre que sabía demasiado, para que se puedan lanzar ahora, como reclama Chaves, los agentes de Interpol del mundo entero? Ya se dice el refrán que quien roba a un ladrón tiene mil años de perdón. Paesa y Roldán jugaron juntos, parece que en multitud de ocasiones, y se conocían bien. Ganó el primero, según todos los indicios. Y ahora que Roldán ha empezado a hacerse ilusiones con salir de prisión, ha comprobado que le falta un requisito fundamental: devolver el dinero robado al Estado. Que se lo diga Rafael Vera, compañero de aquellos años de un turbio Ministerio del Interior. Vera anda con la misma asignatura pendiente.

*Periodista