Estos días de verano, cuando hay fútbol, acudo al bar. Cuando no hay fútbol, también acudo al bar. Soy muy de ir al bar, lo reconozco. El otro día, intentando pillar un buen sitio cerca de la barra, me pusieron la zancadilla y me fui al suelo. Me quitaron el sitio sin piedad. Protesté airadamente, pedí la repetición de la acción por el VAR, pero no me la concedieron. Ser zaragocista es lo que tiene, un sinvivir y un calvario. Una agonía interminable. Necesito una pausa de hidratación. Las manos son las que peor lo llevan. Menudo trajín constante, venga a darse gel hidroalcohólico a todas horas. Hola, me llamo Derecha y soy alcohólica. Hola, me llamo Izquierda y soy alcohólica. Así están las pobres, intentando recuperarse y rehabilitarse. La culpa es del omnipresente gel, que las lleva sin remisión por la mala senda, conspirando incluso para montar cubatas de cualquier manera. Necesitan una pausa de hidratación. Hemos perdido la primavera cultural por el maldito bicho, y ahora intentamos tener un verano cultural. Algo anormal, desde luego. Firmo libros con mascarilla, me doy gel, firmo libros con guantes, me vuelvo a dar gel, sonrío en las fotografías (llevando mascarilla la sonrisa se intuye en los ojos entrecerrados), me vuelvo a dar gel. Es un círculo vicioso e higiénico. Y lo que te rondaré, morena. Necesito una pausa de hidratación. Las presentaciones literarias son ahora rápidas y limpias (es lo que toca), asépticas y breves, ya digo, para no menoscabar la paciencia de los lectores amigos y sufridos familiares, que bastante tienen con soportar el calor, las mascarillas y los ríos de gel a mansalva. Necesitan una pausa de hidratación. Y a veces un buen libro resulta igual de refrescante.

*Escritor y cuentacuentos