No había nada que hiciera esperar a nuestros conciudadanos los acontecimientos que se produjeron en la primavera de aquel año. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo; pensaban en ellos mismos; dicho de otro modo, eran humanistas: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar.

Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas. Esta separación brutal, sin límites, sin futuro previsible, nos dejaba desconcertados. Aceptábamos nuestra condición de prisioneros, quedábamos reducidos a nuestro pasado.

«El virus es más rápido que nuestra burocracia. «La municipalidad no se había propuesto nada ni había tomado ninguna medida, pero empezó por reunirse en consejo para deliberar» «¡Órdenes! Lo que haría falta es imaginación». «Se ha hecho por la vía oficial: no están nunca en proporción con las calamidades». Se trataba de levantar contra la epidemia una verdadera barrera o no hacer nada. Los habitantes acabaron por saber lo que era. Los vehículos traqueteaban en la noche de verano, con su cargamento de flores y de muertos

Mostraban esa sensibilidad irritada, susceptible, inestable, que transforma en ofensas los olvidos y que se aflige por la pérdida de un botón. Pero el efecto más peligroso del agotamiento que ganaba, poco a poco, a todos los que mantenían esta lucha contra la plaga no era esta indiferencia ante los acontecimientos exteriores o ante los testimonios de los otros, sino el abandono a que se entregaban.

La lucha misma contra la peste los hacía más vulnerables a ella. «Sus victorias siempre serán provisionales». «Ya lo sé. Pero eso no es una razón para dejar de luchar». «No, no es una razón. Pero me imagino, entonces, lo que debe de ser esta peste para usted». «Sí, una interminable derrota».

Pensaba que este mundo sin amor es un mundo muerto, y que al fin llega un momento en que se cansa uno de la prisión, del trabajo y del valor, y no exige más que el rostro de un ser y el hechizo de la ternura en el corazón. Aquellos que, ateniéndose a lo que eran, no habían querido más que volver a la morada de su amor habían sido a veces recompensados. Pero algunos de ellos seguían vagando por la ciudad solitaria privados del ser que esperaban.

Para todos aquellos que se habían dirigido pasando por encima del hombre hacia algo que ni siquiera imaginaban no había habido respuesta. [Las frases son de La peste, de Albert Camus; traducción de Rosa Chacel]

@gascondaniel