Como suele ocurrir en el sector de la hostelería, resulta difícil encontrar un balance homogéneo de las fiestas del Pilar. No obstante, se desprende una cierta satisfacción generalizada. Horeca Restaurantes ha visto consolidada su iniciativa PilarGastroWeek, que ha ofrecido rutas y menús a precio cerrado, promocionando los alimentos aragoneses.

Por su parte, los bares, salvo en los situados en los barrios, se muestran satisfechos desde su asociación, aunque sostienen que no han notado un incremento de actividad por la falta del escenario del Párking Norte. Será, pues, que se impone el botellón y no la concurrencia en establecimientos clásicos.

Pero si uno se acercaba el pasado martes, dos días después de los fuegos, al Tubo, tenía difícil comer, debido al elevado número de establecimientos que estaban cerrados. Y eso sí es un índice fiable. Si no abren dos días después, quiere decir que están cansados, han dado fiesta adicional al personal, han agotado existencias… que han trabajado, en definitiva. Porque no queremos pensar que sea simple desidia.

Lo que sí ha resultado curioso en estas pasadas fiestas es la concentración del servicio gastronómico de los grandes espacios en las mismas manos. Si el consistorio busca diversidad al licitar la gestión de los grandes espacios, parece cuando menos curioso que lo que se comía en la Carpa Aragón, Espacio Zity o las barras centrales de las gastronetas, proviniera de las mismas manos. Incluyendo unos bocadillos de ternasco de Aragón, con viaje de ida y vuelta desde Vitoria.

Obviamente, la buena gastronomía, la profesional, está y estará en bares y restaurantes, y en el todavía novedoso formato de las gastronetas. Pero los ciudadanos festeros, y el propio ayuntamiento, deberían exigir y velar para que la comida que se sirve en los grandes espacios sea algo más que complemento a la bebida.

Aunque, por supuesto, antes habría que actuar sobre esa que se sirve prácticamente sobre el suelo, en la calle, siempre sospechosa de insalubridad, como recuerda Horeca cada año.