A la cajera del supermercado le oía decir, quejosamente, que empezaba a trabajar a las doce del mediodía y que hasta bien pasadas las veinte horas no se iría a su casa, con lo cual no puede estar con su hijo porque a esas horas ya está dormido, así que no le fueran con el cuento ese de la conciliación familiar que en España no es posible. Hay quién le respondía que «debería estar contenta por tener un trabajo». Es lo que deben pensar muchos de los empresarios. Lo cierto es que en nuestro país el horario comercial es desproporcionado y aunque la Ley de conciliación familiar debería servir para que los trabajadores con cargas familiares pudieran compatibilizar su vida laboral y personal, si la opción es la reducción de jornada, los sueldos de tantos jóvenes mileuristas imposibilitan esta elección. Los que ganan son esos empresarios que se aprovechan de la situación de emigrantes, de obreros, una operación clara de trata de personas, trabajando sin contratos directos, camuflando convenios, actuando sin tener en cuenta a los sindicatos, posicionándose en un galimatías de falsas cooperativas, de empresas adscritas, vamos que Groucho Marx tendría material para hacer uno de sus soliloquios. Por otro lado si aquellos empresarios que se han internacionalizado, que son modelo empresarial, después de conseguir ayudas y subvenciones por parte de los gobiernos, optan porque el producto que venden, sea de confección de ropa o de tecnologías digitales, lo realizan obreros que trabajan en países de bajo coste, poco habremos avanzado.

Los sindicatos han de posicionarse en una lucha permanente a todos los niveles. Esa Unión Obrera que defendió Flora Tristán debería de volver a ponerse en valor, aunque se por su espíritu y su propósito.

*Pintora y profesora