Por razones de agenda personal escribo este artículo el sábado 14, aunque salga publicado el sábado 21. Esta circunstancia hace que ignore lo que sucederá en la semana 16-21 en lo concerniente al culebrón de «investidura sí o no». Pero, independientemente de lo que suceda, proclamo que no hay derecho a esta escenificación de baja estofa que nos han ofrecido nuestros máximos líderes políticos, todos, ante el silencio culpable del resto de dirigentes y, en segundo nivel de responsabilidad, de los afiliados de cada partido y hasta de los votantes. La democracia es cosa de todos. Y todos, desde nuestro humilde rincón, podemos-debemos cooperar: opinando, criticando, sugiriendo.

En realidad, parece ser que nos están obligando a aceptar que el dilema es: gobierno de coalición PSOE-Podemos o nuevas elecciones. Aunque también han dejado deslizar que, en el último momento, Podemos podría aceptar un gobierno de acuerdo programático común, con el PSOE gobernando en solitario. O lo que sería más surrealista, los 42 votos favorables de Podemos a la investidura de Sánchez, sin nada a cambio, pero con una oposición posterior dura e implacable.

Entrar a considerar las razones ocultas de los líderes creo que es una pérdida de tiempo. Además de estar debilitando las energías democráticas de toda una sociedad que comienza a estar fatigada y harta de esta obscena coreografía. En la partida de póker que nos han ofrecido Sánchez e Iglesias, PSOE y Podemos, nunca ha habido propuestas u ofertas serias y propias de una negociación. Ha habido amagos y faroles, y cuando, al parecer (final de julio), hubo un gobierno de coalición, con una vicepresidencia y tres ministerios para Podemos, éste lo rechaza. Sánchez respiró y ya no volvió a la escena. Ahí se truncó la partida de póker. Lo de ahora es ya una prolongación artificial. De hecho, en la sesión del martes 10 hubo ya aroma de campaña: el PSOE presenta su oferta progre de la legalización de la eutanasia (a sabiendas de que hay elecciones y, por tanto, decaerá y tendrá que volver a ser presentada) y el PP ha jugado con la asfixia económica de las autonomías criticando que el Gobierno no les adelanta el dinero necesario para la sanidad y educación. Ambos han iniciado ya la campaña.

Se está poniendo de moda un término, posdemocracia, que se pregunta por qué en una sociedad que ha progresado tanto en las características propias de una sociedad avanzada (libertades, progreso, sanidad, educación, igualdad, elecciones, economía de mercado…) existe tanta desafección hacia el sistema político. Dicho de otra manera: la posdemocracia sería una degeneración de la democracia representativa. Algo parecido a lo que ya el viejo Aristóteles decía sobre la descomposición de todos los regímenes políticos. Todo sistema político tenía una posible degeneración: la monarquía degenera en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en demagogia. El populismo no es más que la consecuencia de esta posdemocracia ocupando el lugar de la auténtica democracia. ¿Acaso no es esto, exactamente, lo que está pasando? El populismo juega con una escenificación muy plástica y colorista, de las de «verdades como puños», frente a una democracia gris, humilde, costosa, y que se mantiene con el esfuerzo de cada uno y de cada día. La democracia, como la utopía, es un horizonte al que nunca se llega pero que sirve de estímulo y de continuo progreso.

Si todos los partidos políticos se están moviendo de lugar (solo de lugar y solo nominalmente), hacia ese mítico centro, es que los principios no existen, o son como los de Groucho Marx. Ya saben eso de «estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros». En la posdemocracia, la demagogia y el populismo campan libremente. Dicen respetar las reglas pero es pura formalidad, se ataca el fondo del sistema.

En el caso de que haya elecciones el 10-N, ¿qué puede cambiar? Prácticamente nada: repetirán los dos bloques de izquierda y derecha. Con la incógnita de quién sumará más. O sea, que quizás volveremos a tener el ya casi olvidado «gobierno Frankestein» (perla de Rubalcaba). Para este viaje… ¿Y si introducimos un elemento de ruptura, por ejemplo, que ninguno de los líderes repita como aspirante a la jefatura de gobierno? No es un pensamiento tan descabellado, puesto que todos han suspendido en su tarea de configurar un gobierno para España. Como muestra, la última: la impotencia política de Iglesias pidiendo la mediación del Rey para su objetivo de cogobernar.

Esperemos que a alguien decisorio le entre, aunque sea al final, un poco de inteligencia política, y convenza a su entorno de que tiene que haber un gobierno estable y duradero, que gobierne y lidere los enormes retos y desafíos que España y Europa tienen ante sí. De cualquier forma, si hay elecciones tampoco se hunde el mundo. Volvamos a votar con inteligencia. Con la de cada uno.

*Profesor de Flosofía