En las encrucijadas políticas, como en la investigación de un crimen, es conveniente preguntarse a quién beneficia un desenlace u otro. Así, por ejemplo, cuando el PP y su entorno saludaron con singular alborozo el desalojo de Pedro Sánchez de la secretaría general del PSOE, no podía estar más claro de qué iba la cosa. Ahora, y con las izquierdas transitadas (como siempre) por la errante sombra de Caín, el PSOE oficial y el PP tienen puestas todas sus esperanzas en que Pablo Iglesias gane con holgura Vistalagre II, de manera que él y su entorno lleguen a imponer en Podemos un estilo más bronco, más vertical, más rígido y más en línea con el sectarismo izquierdizante.

El cálculo es sencillo: una derrota por goleada de Íñigo Errejón impedirá que Podemos pueda articularse como una estructura coral, flexible, participativa y simpática, capaz de jugar con precisión e inteligencia en la política española, y de esta forma replegar el voto socialista desencantado, el voto joven, el voto de las clases medias y el voto retornado desde la abstención. Eso sí que sería letal para el proyecto trazado por Susana Díaz y su aparato con la complicidad de las viejas glorias del partido y el visto bueno del establishment.

Hoy, la presidenta andaluza se hará presente en Madrid con un mitin municipalista. Y el PP ratificará a Rajoy como su único caudillo, corriendo un tupido velo sobre la primera y terrorífica sentencia de la Gürtel. Pero el morbo vendrá mañana, en Vistalegre, donde se van a contraponer no solo candidaturas, estatutos y programas, sino también imágenes y estereotipos. Tal vez Iglesias no sea el leninista impenitente y duro que parece ser, pero se ha convertido en el líder peor valorado de España. Puede que Errejón no tenga intenciones tan majas y centradas como da a entender, pero su papel de astuto rebelde le atrae muchas simpatías. Por eso en Ferraz y en Génova prefieren que el primero imponga su ley este domingo, que se abrace con los anticapitalistas y que acabe embotellado, con toda su fanfarria seudorrevolucionaria, en el espacio marginal que IU ha dejado libre.