Si algo puede sacarnos de quicio a quienes hemos seguido la actualidad española en los últimos cuarenta años es el argumentario del PP en relación con ETA. Cuando el partido conservador no está en el gobierno, se entiende. En la oposición, la derecha pretende utilizar siempre el terrorismo vasco como un instrumento para desacreditar mediante demagógicas insidias a quien se le ponga por delante, que suele ser el PSOE. Ahora estamos en uno de esos momentos. Y lo que estamos viendo no es muy bonito que digamos

Un simple vistazo a los datos sobre detenciones, operaciones policiales exitosas y golpes decisivos a la banda indica que que los conservadores no brillaron precisamente como eficaces directores políticos de la lucha antiterrorista. Tras los peores años de plomo en la primera mitad de los Ochenta, el equipo de Interior menos efectivo fue el encabezado por Mayor Oreja. Quien, sin embargo, ha verbalizado luego un discurso muy radical y destructivo a la hora de enjuiciar la labor de sus sucesores en el cargo, especialmente de Pérez Rubalcaba. Solo que este último multiplicó detenciones y desarticulaciones, en colaboración con Francia, hasta liquidar literalmente a ETA. Es evidente.

La derrota final del terrorismo fue argumentada por el PP para reconvertirla en una traición de Zapatero. La tregua indefinida, la entrega del armamento, la renuncia a la violencia, los contactos destinados a favorecer la pacificación... todo ello no fue interpretado como una victoria tan obvia como inevitable, sino como una especie de anomalía que sumió a las organizaciones más conservadoras de las víctimas de ETA en un estado crónico de ansiedad e insatisfacción. El propio Rajoy empezaba a ser señalado con el dedo acusador... porque estaba preparando la aplicación de los plenos derechos penitenciarios a los terroristas que cumplen condena. La censura le ha salvado. Ahora, sus adláteres truenan contra Sánchez (¡y contra Grande Marlaska!) porque van a seguir adelante con esa misma operación.

Vaya un sentido de Estado.