Los socialistas estamos muy preocupados por la deriva conservadora del PSOE. Como sus dirigentes van arrojando por el camino gran parte de su equipaje ideológico, cada vez cuesta más reconocer su esencia socialista. Para justificar este comportamiento siempre tienen motivos: el consenso, política de Estado, estrategia electoral, etc. Luego se sorprenden de que muchos de sus votantes prefieran otras opciones políticas. Este abandono masivo de su hasta hace poco fiel electorado es lógico. Cualquier ciudadano medianamente sensato lo percibe, no así la cúpula socialista; eso sí, esta tras cada derrota electoral, la próxima será mucho peor que la anterior, dice que toman buena nota y que iniciarán una profunda reflexión. Pues, a reflexionar. La traición a sus principios socialistas es clara. El socialismo es laico, y sin embargo el PSOE no ha denunciado los Acuerdos con la Santa Sede, y tiempo para hacerlo ha tenido. Siendo socialista la solidaridad por los débiles se modificó el artículo 135 de la Carta Magna, claudicando ante los grandes grupos financieros. Un presidente del Congreso de los Diputados, socialista, encabezó una delegación a Guinea Ecuatorial para hacer negocios con el dictador Teodoro Obiang.

Ahora me fijaré en la forma de Estado. El PSOE renunció al republicanismo, en aras a la necesidad del consenso en la Transición. Pero desde 1978, fecha de la Constitución, han pasado ya 36 años y los tiempos son otros, por lo que el PSOE debería recuperar y defender su republicanismo, como lo hizo en un memorable discurso el socialista Gómez Llorente en el Congreso de Diputados el 11 de mayo de 1978, del que expongo luego las ideas fundamentales. Como dijo Ortega y Gasset "Siempre ha acontecido esto. Cuando el inmediato futuro se hace demasiado turbio y se presenta excesivamente problemático el hombre vuelve atrás la cabeza, como instintivamente, esperando que allí, aparezca la solución."

En la elaboración de la Constitución, los socialistas asumen la responsabilidad de replantear todas las instituciones básicas de nuestro sistema político sin excepción, incluso la forma política del Estado y la figura del Jefe del Estado. No creen en el origen divino del Poder, ni en el privilegio por razones de linaje. Ni aceptan la monarquía como una situación de hecho. Defienden la república: por honradez, por lealtad con su electorado, por las ideas del partido, porque sienten el mandato de los republicanos que no han podido concurrir a las elecciones. Reafirman la forma de gobierno republicana, al ser la más racional y acorde con los principios democráticos. Del principio de la soberanía popular se infiere que toda magistratura deriva del mandato popular; que las magistraturas representativas son fruto de la elección libre. La limitación no sólo en las funciones, sino en el tiempo de ejercicio de los magistrados que representan a la comunidad, es una de las ventajas más positivas de la democracia, pues permite resolver pacíficamente, por la renovación periódica el problema de la sustitución de las personas, mas por el contrario, es muy conflictivo la sustitución de los gobernantes no electos. Además para un demócrata, ninguna generación puede comprometer la voluntad de las generaciones sucesivas. En nuestra historia vemos que en la implantación del régimen constitucional, la monarquía ha sido un gran impedimento. Por eso exclamó Pablo Iglesias en el Parlamento el 10 de enero de 1912: "No somos monárquicos porque no lo podemos ser; quien aspira a suprimir al rey del taller, no puede admitir otro rey".

Los socialistas aspiran a la igualdad y se esfuerzan por compatibilizar la libertad y la igualdad, de ahí sus reparos a la herencia. ¿Cómo no vamos a ser contrarios a que la jefatura del Estado sea hereditaria? Estas ideas no tienen su génesis en el propio pensamiento socialista, sino en el liberalismo radical burgués. Mas los socialistas son republicanos no sólo por razones de índole teórica. Pertenecen, a un partido, que se identifica con la república, no en vano, fue el pilar fundamental en el régimen del 14 de abril de 1931. Fue baluarte de la República, cuando no hubo otra forma de asegurar la soberanía popular, la honestidad política y, en definitiva, el imperio de la ley unido a la eficacia en la gestión. Si hoy el PSOE no se empeña como causa prioritaria en cambiar la forma de Gobierno es porque alberga razonables esperanzas de compatibilizar la Corona y la democracia, y que la monarquía sea una pieza constitucional, que sirva para los Gobiernos de derecha o de izquierda y que viabilice la autonomía de las nacionalidades que integran el Estado. Por ello aceptan lo que resulte en este punto del Parlamento constituyente.

Como traca final ahí va un fragmento del discurso, que define a la Restauración de Cánovas, "Como la oligarquía de las dos cabezas. Las corrupciones del sistema de los dos partidos turnantes, por igual monárquicos, por igual conservadores en el fondo, significó la falsificación sistemática del sufragio y el mantenimiento artificioso de una monarquía pseudoparlamentaria, fantasmagórico aparato sin otro fin en todo su tinglado que marginar la voluntad real de los pueblos de España y la postergación desesperanzada de las clases oprimidas". Palabras demoledoras para un socialista de hoy.

Profesor de instituto