Este verano, que agota sus últimos días, nos ha traído como novedad el cobro de las bolsas de plástico, medida orientada a disminuir su consumo y, sobre todo, a concienciar al gran público acerca del ya gravísimo problema de la contaminación ambiental: toneladas y toneladas de plástico se vierten cotidianamente al mar; algunas especies perecen directamente por esta causa y el resto ingiere sus residuos, partículas sumamente tóxicas que a través del ciclo alimenticio, tornarán finalmente a nuestro estómago.

Mientras el océano ártico, fiel exponente del calentamiento global, se deshiela y los fenómenos meteorológicos extremos tienden a ser algo paulatinamente más habitual, nos preguntamos ¿todavía estamos a tiempo para detener el desastre? Cualquier respuesta optimista exige actuaciones inmediatas, que no tienen por qué ser materia exclusiva de los gobiernos y otras entidades supranacionales; antes bien, somos los propios ciudadanos quienes hemos de tomar la iniciativa y, además de exigir más hechos y no meros gestos y ademanes por parte de la Administración, dar ejemplo con nuestra conducta y, en especial, preparar a las nuevas generaciones para lidiar con lo que quizá sea ya uno de los más graves problemas a los que se enfrenta la Humanidad.

España es uno de los países que más plástico arroja al vertedero; paradójicamente, también es uno de los que más recicla por número de habitantes. Queda, pues, abierto el camino para un importante cambio de actitud frente a la degradación del entorno, víctima de la codicia y ambición desmedida de los intereses mercantilistas. Aquí y ahora, somos tan responsables del problema como de su solución; no podemos dejar a nuestros descendientes un legado tan nefasto e incompatible con la vida. H EscritoraSFlb