Antes, el maestro le decía al revoltoso de clase que quería hablar con su padre y el niño sentía claramente cómo los pantalones se deslizaban poco a poco hacia los tobillos. Ahora, el gamberro de turno advierte al profesor de que su viejo quiere verlo en privado, y es el docente el que arquea las cejas y cruza los dedos con la íntima esperanza de no meterse en problemas.

Para concluir que los tiempos cambian más rápido de lo que pensamos sobran los ejemplos, pero es instructivo fijarse en algunos casos. Los conflictos bélicos, sin ir más lejos. Occidente tiene asumido desde el 11-S que las tradicionales contiendas en torno a una frontera (o varias), con dos o más países matándose por comprobar quién tiene la bandera más larga o el mortero más gordo, son pasto de los libros de Historia. Hace años que asistimos a una guerra mundial continuada, soterrada, quizá interminable y con un número de bajas imposible de concretar, incluidas las degolladas vía satélite.

Lo mismo ocurre con la actual sociedad del conocimiento, donde no se acude solo a los medios de comunicación de siempre para estar informados: el sociólogo Manuel Castells dice que internet es el equivalente a lo que en su día fueron la máquina de vapor o el motor eléctrico en el boom industrial.

¿Y las revoluciones? Que nadie espere ya una multitudinaria plebe tras un líder desbocado, adoquín en mano, o tras una mujerona cuyos pechos desnudos parecen listos para salir volando, camino todos de una bastilla que asaltar, un rey que decapitar, unos claveles que compartir o una élite dirigente apoltronada que enviar a prisión, al exilio o al río.

En el caso de España ya ni siquiera los jóvenes están llamados a tomar el protagonismo. Eso se desprende del último sondeo del CIS, que señala que Podemos obtendría también un mayoritario respaldo de empresarios, altos ejecutivos y personas de clase media-alta dentro de una franja de hasta ¡54 años!. En su mano está llevar hasta las últimas consecuencias su confesado deseo de acabar con un sistema solidificado, sin respuestas para el pueblo y envenenado por la corrupción. Quizá la próxima revolución estalle en el lugar más indicado: las urnas. Periodista