El presidente valenciano, Francisco Camps, tiene uno de esos perfiles que hubiesen inspirado a Zurbarán o al Greco. Una ambición entre devota y trágica. Pues un algo emana Camps de santo de estampita antigua, un mucho de romano, un no sé qué de marinero, o de fenicio en tierra.

Hemos visto estos días a Camps en trance de elevar rogativas a la Santa Faz de Alicante. Vestido de romero, con pañuelico al cuello, gayata y pendón, y a su lado, altivo y vigilante cual sacro estandarte, el presidente de la Diputación alicantina, Joaquín Ripoll, otro tiburón levantino, menos zurbaranesco, y de la Manga, que también aspira a comerse la herencia de Zaplana. Ambos políticos del PP aprovecharon la romería para hacerse fotos, formular sus rogativas por la abundancia de agua, y, de paso, ya que estaban allí, para reclamar el trasvase y poner a parir, de manera nada evangélica, a José Luis Rodríguez Zapatero.

Lejos de atenerse a las consecuencias de su derrota electoral, los señores conservadores de Valencia, Almería y Murcia, se han echado al monte de los romeros, en procesión de almas en pena, para poner al santoral por testigo de las calamidades de España, y señalar algunos de los muchos pecados del rojerío rampante que se ha colado en las sacristías del poder.

Ahora resulta, según afirman los frustrados receptores de los caudales que iban a destinarse a las marinas y a los campos de golf, que el agua del Ebro les pertenecía, que era suya por derecho (la frase, como no podía ser de otra manera, ha salido de labios del cofrade Valcárcel), y que les va a ser hurtada por el convoluto de socialistas e independentistas (Esquerra y Chunta), más algún líder regional (en alusión a Biel), que al parecer gobierna la piel de toro, sus montes y ríos, el Ejército en retirada y la asignatura de religión. Lo malo de estos saraos político-religiosos es que habrá numerosos valencianos, claro, y almerienses y murcianos que, en su devoción romera, más pensarán que en lugar de Camps les hablaba, con palabra revelada, la Santa Faz, convocándolos a guerra santa para la reconquista del agua.

Angel Acebes, el nuevo secretario general de la fuerza saliente, ha hecho suyas las rogativas de Ripoll, Camps y, por supuesto, de Rita Barberá, enarbolando el moribundo trasvase del Ebro como irrenunciable demanda de los suyos, y acusando a Zapatero de haber aposentado sus presidenciales posaderas en el botijo aragonés. Vuelve, pues, pero con distinto protagonista, la botijera metáfora que hiciera célebre Felipe González antes de convertirse, ya en su senectud, al antitrasvasismo y la nueva cultura del agua.

Los populares aragoneses, en su metafísico silencio hidráulico, se han sumado, no sé si a regañadientes, o con castrense entusiasmo, a la retaguardia de este nuevo ejército de los sin agua. En lugar de ejercer autocrítica, de corregir sus propios errores, de ponerse al lado del pueblo aragonés y, pronto, del nuevo orden legal que regulará los recursos hídricos, piensan continuar su lucha trasvasista, y exhibir ese pendón como banderín electoral para las próximas europeas, que empiezan ya.

Una decisión que consagra la obcecación y el error como método seguro para fracasar en política.

*Escritor y periodista