Puedo equivocarme, claro, pero diría que comprender es siempre interpretar desde algún lugar. Un lugar llamado edad, llamado sexo, profesión... y desde todos ellos a un tiempo; un lugar llamado la propia vida. A lo largo del día algunas situaciones requieren de un ejercicio de interpretación y juicio, otras, en cambio, se repiten cotidianamente por lo que casi mecánicamente y casi como autómatas respondemos a esos impulsos de forma apenas consciente. Esa es la monotonía: esa parte de los días en que parece que unos plagian a otros para reincidir en lo mismo: algo así como un máximo común divisor de nuestras vidas. Pero sí, además y afortunadamente, otra parte de nuestro tiempo no responde al calco y algunos acontecimientos, contextos e informaciones requieren nuestra atención e interpretación. Interpretar, que tiene la resonancia de una palabra técnica, o casi, no sería en realidad otra cosa que valorar pero no en el sentido de cuantificar, sino más bien en el considerar el valor de algo, o como dice la RAE, estimar el "alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase". De este modo entre unos y otros momentos pasan los días. Hoy me tocaba interpretar, valorar que los rectores hayan tenido que leer un manifiesto conjunto e idéntico para que, con distintas voces pero un único mensaje, sonase como un eco que es preciso que la universidad española cuente con los medios necesarios para que pueda desarrollar las labores de docencia e investigación que le son encomendadas de manera digna lo cual pasa por conocer y disponer con la antelación necesaria y suficiente de los fondos que ello requiere. Y no en primer lugar porque la propia dignidad de la institución lo requeriría sino, antes y sobre todo, porque la universidad es, en sí misma, el laboratorio del futuro. No hay país en el mundo que sin la investigación, cultura y educación superior que la universidad aporta pueda llamarse desarrollado, ni equitativo. Pero hoy hay mucho más que interpretar porque no acabo de entender que a estas alturas el propietario de un equipo norteamericano diga las cosas que dice y opine lo que opina acerca de los negros; o que en los campos de fútbol españoles se mantengan actitudes racistas. En ambos casos me resultan lamentables, bochornosas y vergonzantes pero sobre todo tristes y pobres, qué triste pensar eso y qué pobres de espíritu quienes se sienten superiores por algo que ni se elige ni aporta mayor o menor mérito en ningún sentido. Y no es todo. La siempre latente y ahora manifiesta cuestión (tensión/guerra) de Crimea, Ucrania y Rusia. U otra infamia como la de las ejecuciones en general y los "problemas" que se les plantean a las que se llevan a cabo en EEUU (de nuevo) me obligan a pensar. Y no solo en las consideraciones de fondo, que son muchas y muy difíciles de comprender y asumir para mí, sino que también me planteo si acaso por el hecho de que continuamente se repitan manifestaciones en contra de tantos y tan grandes recortes (me niego a llamarles de otro modo aunque algunos políticos se empeñen en el eufemismo); los actos de violencia y las acciones y declaraciones xenófobas no han pasado a formar parte ya de lo rutinario. Eso explicaría la respuesta casi maquinal de muchos. Sin embargo, y aunque sea humano, la rutina no debería conseguir que el pre-juicio sustituya al juicio.

Profesora de Derecho. Universidad de Zaragoza