Hace seis años, la Expo de Zaragoza abría sus puertas ante la expectación generalizada, tras unas inversiones que renovaron una parte importante de las infraestructuras de la ciudad, creando también una nueva centralidad de la que se esperaba su rentabilidad futura. La primera parte se cumplió, en la segunda lleva un ritmo bastante más discreto. La ocupación de los edificios (un 64%), supone cierta esperanza, aunque sea a fuerza de decisiones institucionales. La irrupción de la crisis privó de conocer cuáles podrían haber sido las rentabilidades futuras. Pero tampoco puede servir de excusa.