Es la vida una experiencia abierta, como un camino que se cierra a las espaldas y se abre hacia delante. Que se hace al andar con un pie en tierra y otro en el aire: se relega de fijo su pasado como un hecho consumado, aventurando su destino a la par con decisión. Es este, después de todo, lo que importa: la respuesta que da sentido a la pregunta que ya somos y valor para afrontar el problema que tenemos. La vida no es un experimento de laboratorio que se repita: todas las piedras caen y quien lo dude puede cerciorarse llegado el caso. La vida en cambio, tu vida como la mía, no se repite. No somos especiales, somos únicos y vivimos una sola vez como personas. Nos la jugamos en cada situación.

No obstante el sentido del camino se adivina caminando y se camina adivinando, no a tontas y a locas. De entrada o para comenzar, se elimina quedarse aquí de fijo: que no es el camino lugar para quedarse. Ni se hace este hacia atrás, se recuerda sólo y se aprende de la experiencia. Los sabios siempre, y hasta los necios cuando es amarga. De todos modos el camino se hace adivinando y se adivina con determinación obviamente: paso a paso. Es la obviedad como la docta ignorancia: un saber y no saber, tantear sin caer en la tentación. Es caminar abiertos en la vida y para la vida.

Sin hundirse como individuos egoístas y enterrar la propia vida amortiguada, como el pan que no se comparte y hasta la simiente que se come solo sin sembrar ni pensar en los demás o en la cosecha. Sin salir, sin existir propiamente. Sin entrar en relación, sin expectativa alguna.... Ensimismados, consumados y consumidos cada quien en sí mismo. Sin llegar a ser como persona un yo que lo es sólo para un tú y en definitiva -entre nosotros- en un horizonte abierto al enteramente Otro que nos abarque y nos recoja a todos.

El sentido de la vida se adivina en la convivencia, compañeros. En el encuentro con otros hacia un nosotros cada vez más amplio en el que quepamos todos. Eso es a lo que yo llamaría esperanza o paciencia; que es lo mismo en traje de faena, sin vacaciones. Y a la esperanza que trabaja fe viva, no en verdades poseídas sino en la verdad que se busca. Que es muy señora. Se hace querer y nadie tiene a su servicio ni en propiedad privada.

La fe nada tiene que ver con el fanatismo, que eso mata estando muerto: mortifica, como los muertos vivientes. Y mucho con la otra virtud del caminante que no tiene la verdad en el bolsillo o a Dios en la mano como un pistola. Y mucho -por no decir todo- con el sentido entrañado y entrañable de la pregunta en el corazón que presiente: con el coraje y el arrojo que nos abre, el espíritu que sopla donde quiere y que nos lleva en silencio.... al silencio. A la vida que crece con pocas palabras. Como las plantas, pero a sabiendas. Que escucha sin tapones en los oídos, sin cera: sinceramente y sin prejuicios. Y es por eso que escuchamos y buscamos la verdad que nos llama. Llámese como se llame el que no tiene nombre aunque sí palabra. ¿A que viene sino la pregunta? ¿Y a dónde va el camino si no va a casa? El sentido de la vida es la verdad en camino como respuesta que damos y recibimos a medias obviamente al misterio que llama y se deja oír por quien le escucha: al silencio más elocuente. H *Filósofo