Tal día como ayer del 2006 se hacía la luz en la ventana de La Sexta. Ocho años de progreso que le han supuesto encararse como el canal más chispeante. El día en que su presidente, todo un payaso, Milikito, anunció el espíritu de esa televisión, ganamos una apuesta a la inteligencia.

Vayamos al grano; La Sexta ha descubierto muchas cosas y personas, pero quedarán en la memoria dos genios: Ángel Martín, que tras liderar una opción humorística como SLQH, abandonó aturdido por el éxito que logró al lado de una payasa como Patricia Conde.

El otro hallazgo insólito ha sido Berto, un hombre show que al lado de Andreu Buenafuente se ha convertido en el ingenuo clown de alma blanca y leche amarga. Andreu ha ido y venido, agobiado a veces por la exigencia de ser genial cada noche. Pero la televisión no sería la misma sin este catalán de Reus. Su gansada de crear a Chiquilicuatre y lograr que nos representase en el festival de Eurovisión con el Chiqui-chiqui, ya está en los anales de los disparates más saludables.

Pero La Sexta ha servido, de paso, para elevar a las cimas a otros dos personajes más: Gran Wyoming y Jordi Évole; el primero ha creado un género, el informativo corrosivo, demoledor y combativo. Su venganza contra el tea party con aquel falso cabreo, será recordada incluso dentro de 100 años. Jordi Évole ha removido las bodegas del periodismo. También desde el humor se trasladó al prestigio en un salto mortal. Es un milagro que en estos tiempos exista algo como La Sexta.