Hubo una época en la que estuvo de moda en España hacer escraches a los políticos. En alguna discusión podías escuchar los pseudorrazonamientos: el sistema era ineficiente o corrupto, o las dos cosas a la vez, y la persecución era la única manera de llegar a una fiscalización real. Para entonces ya había, como ahora, políticos corruptos juzgados o condenados en España. Lo que defendían los partidarios de los escraches era una forma más o menos maquillada y más o menos consciente de barbarie. La Justicia, imperfecta y a veces lenta, es mucho más fiable que lo que ellos proponían: limita el poder, establece garantías de defensa y mecanismos de autocorrección, y combate la arbitrariedad.

Cuando los acosos a los representantes públicos dejaron de estar bien vistos, en parte por una mayor madurez social y en parte porque quienes los habían alentado ya eran políticos, la explicación habitual era que aquello que veíamos no era exactamente un escrache. Insultar a un político en campaña, impedir un debate, decirle a alguien que debía irse, eran formas de libertad de expresión, reacciones a provocaciones, situaciones complejas. Ya se sabe que al adversario lo pintamos a brochazos y nuestro autorretrato lo dibujamos con plumilla.

También hemos visto cómo se ponía de moda que algunos políticos utilizaran a sus seguidores para acosar a los periodistas críticos. Es algo que han practicado con habilidad miembros de Podemos, y una costumbre del protohéroe de la retirada Gabriel Rufián.

Algunos dirigentes de Podemos han dado la vuelta al marcador. Así, por ejemplo, Ione Belarra, Rafa Mayoral e Irene Montero han grabado vídeos donde afean a una casera que suba el alquiler a una pareja. En el vídeo dicen el nombre de la casera. Montero, que habría estado al frente de una vicepresidencia del Gobierno si hubiera prosperado el pacto entre el PSOE y UP en verano, tiene más de 350.000 seguidores en Twitter. Mayoral, 85.000. Belarra, que se define en su biografía como «activista por los derechos humanos», 50.000.

No importa la opinión que uno tenga sobre el precio de la vivienda o este ejemplo individual. Puede estar más o menos alarmado por las subidas en algunas ciudades, y tener la postura que le apetezca sobre la regulación del mercado del alquiler. Puede tener una visión favorable o crítica del uso del caso concreto como categoría: potencia la demagogia; a veces puede ayudar a una buena causa. Pero la extorsión de representantes públicos a una ciudadana particular es un ejemplo claro de abuso de poder y refleja una mentalidad totalitaria. @gascondaniel