El resultado solo fue la certera evidencia, una muestra más cristalina, de que el rumbo del Real Zaragoza en ataque no es el adecuado. El duelo realizado por el conjunto aragonés fue la máxima expresión del aburrimiento. Previsible, plano, sin ideas y un caramelo para el Leganés salvo milagro individual, que no llegó, o golpe de suerte, que tampoco se dio.

La puesta en escena sobre el césped a nivel ofensivo, un día más, fue muy pobre, aunque hasta ahora no había llegado a cotas como las de este jueves. Fue la nada, un conjunto vacío que se redujo a solamente dos intentos de ocasión. Una, tras una media vuelta de Vuckic, pero su lanzamiento fue demasiado liviano. Y la mejor, una falta directa que Zapater estuvo cerca de clavar en la escuadra. Y hasta ahí.

Un día flojo lo puede tener cualquiera, es lo más normal del mundo, pero este Real Zaragoza o está carburando muy lento o no se adecua a un plan que quizá debería cambiar, porque la sensación que impera es que, precisamente, no hay plan, y preocupa que a Baraja no le inquiete en exceso (al menos de cara a la galería) y que se muestre tan tranquilo con esta versión de su equipo.

La primera idea es adquirir solidez defensiva, comenzar por dejar la portería a cero, pero cuando eso falla la percepción es que el equipo es incapaz de remontar porque simplemente le faltan los automatismos y el fútbol necesario para llegar con peligro y arrinconar al rival. En Leganés faltó calidad y espíritu de remontada.

Después de la fortaleza defensiva llega el caudal de ataque y ahí el Real Zaragoza está de seco como el río Ebro en verano. Los medios no arriesgan lo que deberían, a los extremos les cuesta un mundo o encarar, marcharse y centrar o irse hacia el medio y los laterales no están teniendo la profundidad necesaria para sorprender y ser unos verdaderos estiletes. Mientras, Narváez hace lo que puede alejándose unos metros del área para poder tocar algún balón y Vuckic pasó de puntillas porque, simplemente, ni se la dieron por bajo ni le centraron para que intentara rematar.

Es decir, que el plan sobre el papel se cae como un castillo de naipes porque el Zaragoza no funciona. Hasta ahora, los blanquillos han logrado cuatro goles marcados por dos centrocampistas (Javi Ros ante Las Palmas y Adrián contra el Málaga), uno en propia (Clau Mendes) y otro de Narváez. La producción de los delanteros zaragocistas se reduce a un solo tanto. Y por si fuera poco, en ninguno de los dos choques disputados fuera ha conseguido marcar.

La filosofía del resultadismo por encima del buen juego suele ser efectiva si se es un transatlántico de la categoría, con jugadores muy diferenciales, o si el engranaje está tan engrasado que prácticamente se juega de memoria. Y el Real Zaragoza, a día de hoy, no cumple ninguno de los dos parámetros. Solo queda incidir en el trabajo o barajar un cambio de sistema que permita a los atacantes sentirse más cómodos, porque así será difícil que el equipo aragonés meta algo de miedo. Y preocupa.