El fútbol cambia tan rápido que ahora se hace difícil recordar que la grada de La Romareda vivió cada domingo del arranque de curso como una fiesta. Fueron cinco consecutivas, con goles y con triunfos, con héroes y con aplausos. No hace mucho de eso, ni dos meses concretamente, pero desde el 31 de octubre, cuando el Zaragoza superó con claridad al Sevilla, la afición sólo ha visto perder a los suyos en el Municipal y repetir incapacidad a domicilio, donde ha sumado tres empates y una derrota. Siete partidos sin ganar, tres consecutivos perdiendo en casa, tres puntos sobre 21 posibles, un equipo en clara regresión y cayendo en picado... Y, claro, la grada, al final, explotó.

Pero no se puede acudir al manido tópico de que el fútbol no tiene memoria, porque siempre ha sido así. Para lo bueno y para lo malo. Los aficionados --los que se quedaron, porque muchos prefirieron olvidar cuanto antes el horrible partido de ayer-- pitaron unánimemente al equipo zaragocista al final del encuentro --también se vieron algunos pañuelos--, pero ya antes habían mostrado su malestar por la palpable impotencia que enseñaban los suyos. Fue el primer gran divorcio de la temporada y mucho tendrá que cambiar el semblante este Zaragoza para que sea el último.

Después de que en la primera parte fuera Fernández Borbalán el epicentro de las iras de la afición, sobre todo por el penalti señalado a Yeste, que después pararía Luis García, los murmullos por el mal juego del equipo aragonés fueron aumentando en el segundo acto. El Athletic era el amo y señor del partido y el gol de Ezquerro de cabeza desató los primeros pitos, algo tímidos en un principio y más generalizados con el paso de los minutos, ya que el Zaragoza era un muñeco en manos de un rival que jugaba casi a placer.

De las críticas no se libró tampoco Víctor Muñoz, al que no es la primera que se le critican abiertamente los cambios, que casi siempre siguen un patrón fijo por parte del técnico. Y eso lo sabe la afición, que muchas veces ya adivina a qué jugador va a quitar y muestra su diconformidad. Ayer pasó cuando se retiró Oscar, pero sobre todo cuando lo hizo Zapater.

El arreón zaragocista a falta de un cuarto de hora, con Savio como protagonista, dejó aparcada momentáneamente la ira, pero ésta ya fue incontrolada con el segundo gol, también de Ezquerro. Hubo pitos para Luis García, al que se le había aplaudido después de parar un penalti, pero que salió a destiempo en ese tanto, y también para Movilla, pero sobre todo para el equipo. Algunos --no demasiados-- se acordaron del conflicto de las primas, pero la gran mayoría protestó por el penoso espectáculo, pitó el mal juego del equipo y sacó los pañuelos para mostrar su enfado por una racha negativa que parece interminable.