Señales inequívocas en el fútbol hay muchas, pero entre tantas una es como el algodón. No engaña. Cuando un equipo está en buena armonía, cuando funciona correctamente porque el colectivo ha trascendido la importancia de las individualidades, el intercambio entre jugadores se realiza de forma natural y no traumática. El Real Zaragoza está en esa fase. Sale uno y entra otro, y el resultado final no se resiente. Las piezas encajan porque el plan común está por encima del particular. Eso es lo que está ocurriendo en estos momentos aquí: cae Vallejo y Rubén da un nivel estupendo en el relevo del puesto hasta arrebatarle la titularidad, se lesiona Rico y el remedio (Cabrera) le viene mejor al grupo que el plan inicial, juega Jaime Romero unos minutos y su luz resplandece por el brillo de un gol... Cada vez más futbolistas están subidos en el carro de Víctor Muñoz.

El técnico también ha comprobado cómo la vara de medir se ha modificado en solo un mes. Cuando Pedro se lesionó, aquello pareció una tragedia. Entonces lo era. Hoy ya no lo es tanto porque el contexto y las circunstancias han cambiado y el simple paso del tiempo ha generado beneficios en el equilibrio de la plantilla. Desde aquel día varios jugadores han cogido la velocidad del grupo que no tenían (Eldin, Willian José, Tato, el propio Jaime), con lo que las ausencias son menos ausencias y los problemas menos problemas.

El Real Zaragoza solo tiene 18 fichas profesionales. Salvo dos o tres excepciones, cuyo nivel está bajo sospecha, la categoría del resto es pareja. Casi todos tienen algo que darle al grupo. En una buena dinámica, término decisivo en el deporte profesional, las piezas se reemplazan y el rendimiento no se resiente. El equipo ha alcanzado ese estado.