Se va sin dejar enemigos. En paz. Como en Vallecas. Despedido tras un ascenso. Defendido hasta el final por sus jugadores, adjudicándose ellos la responsabilidad, exculpándole de la hoguera. «Ha sido una aventura maravillosa. Gracias a cada jugador que he dirigido durante una temporada y media que nunca olvidaré». A ellos, al club, a la afición, a los medios, a los trabajadores. Agradecido se va Míchel.

Ha sido la fuerza de los resultados la que se ha llevado por delante a un hombre de talante tranquilo, discurso positivo, contenido, dinamizador de buen ambiente y goloso de fútbol precioso. Pesó ganar un partido de 18 e ir perdiendo paulatinamente las emisiones que su Huesca generaba al principio. Ya no era cuestión de que llegara un delantero, de mejorar la puntería, de pulir algún fallo defensivo, de corregir la verticalidad o de retocar el sistema. La sensación de impotencia generalizada ha llevado a una decisión ingrata para el vestuario porque Míchel ha sabido con su talante humilde convencer a sus jugadores. El tiempo dictará si llega demasiado tarde o si el único responsable era él.

Reconocía en un documental televisivo el propio Míchel cómo, cuando conoció la ansiedad como emergente futbolista, supo buscar auxilio en una psicóloga. Ese autocontrol le ayudó a decir que sí a un Huesca que venía de un descenso y una investigación. Fue presentado un 6 de junio, ni dos semanas desde que la Policía entrara en las oficinas del club para investigar una red de presuntos amaños de partidos, la Operación Oikos. «Vengo porque he sentido un compromiso especial», manifestó entonces y se marcha con los mejores recuerdos. «La experiencia no ha podido ser más enriquecedora y estaré eternamente agradecido al Huesca. Fue un placer sentirnos campeones juntos».

Míchel siempre será el hombre del ascenso campeón. Empezó bien, pero las dudas sobre imponer un juego de toque en una categoría de batalla aparecían en las derrotas, como la de Albacete o las malas rachas en diciembre o febrero, justo antes del parón.

El descuento

El gol de Galán en el descuento del derbi lo cambia todo. Altera la suerte de un Huesca que se convierte en el menos torpe de los favoritos a puerta cerrada. Cinco victorias en los últimos siete partidos obran el ascenso ante el Numancia (3-0) el 17 de julio y el campeonato en la despedida en Gijón.

Sin embargo, el Huesca no ha terminado de encontrarle el pulso a la categoría. Los buenos partidos ante el Villarreal, el Valencia o el Atlético alimentaban buenas esperanzas pero eran solo empates. Faltaba rematar la faena de altas posesiones y toque con victorias. Pero los rivales directos no caían (Cádiz, Elche, Valladolid, Eibar y Osasuna) ni siquiera jugando mejor y se empezó a generar una inseguridad anímica.

El empate en Granada (3-3) con el partido hecho (1-3, minuto 88) fue un palo de fe extremo. Corregido con el único triunfo ante el Alavés (1-0), que parecía esperanza y fue solo espejismo. La reiteración de errores en defensa, en jugadas a balón parado y la debilidad ofensiva agudizaron la sensación de vulnerabilidad en Bilbao, Levante, Vigo… Hasta en Alcoy. La apertura a seis puntos de la salvación tras perder con el Betis bajó el telón.

Se va Míchel con un balance de 24 victorias, 16 empates y 24 derrotas en 64 partidos. Se va dejando al Huesca como el peor atacante y la tercera peor defensa. Se va sin haber encontrado la tecla de la reacción para una plantilla insuficiente. Se va sin haber renunciado a su estilo. Se va porque se van primero los entrenadores. Se va en calma, sin enemigos y siempre campeón.