El Huesca se había ganado justa fama de equipo con glamur y una defensa infranqueable. También mucha notoriedad por sus problemas para marcar un gol sin dejarse por el camino media vida en el empeño. Contra el Racing apuró hasta los créditos para evitar un final amargo, pero en el Anxo Carro se derrumbó desde que se levantó el telón hasta que cayó como una guillotina sobre su lamentable actuación individual y colectiva. Un aspirante al ascenso no puede resultar tan irreconocible como el conjunto de Míchel, que en cuanto se le complican los partidos parece no hallar soluciones.

Nada funcionó frente a un enemigo que le sacó los colores pese a arrancar la tarde en puestos de descenso, una catástrofe que indica con nitidez que su fútbol de toque y retoque no le da, por el momento, para ingresar con honores en el club de los mejores. El Lugo le tomó muy bien las medidas para el ataúd, del que asomó la cabeza tras empatar en superioridad numérica, y Josué Sá pegó un tiró en la nuca a sus compañeros con un penalti de guardería infantil y una autoexpulsión que frenó la remontada y condujo a la derrota. Que el central portugués, una garantía de seguridad, cometa dos errores de ese calibre, habla de un Huesca en crisis aguda.

La propuesta de Míchel es muy atractiva y cuenta con efectivos para ejecutarla, pero, como se va demostrando jornada tras jornada incluso en las victorias, apura hasta el límite un fútbol nada afilado en ataque. Miguelón, asistente y goleador, fue desde su puesto de lateral derecho el mejor delantero del conjunto oscense. El Lugo le esperó y, además, se encontró con bonus de regalo para irse al descanso con un 2-0 en el marcador. La expulsión de Rahmani permitió dominar e igualar al cuadro altoaragonés. El triunfo era cuestión de tiempo pero Josué Sá vio la roja y otro central, Peybernes, firmó una maravilla de gol de cabeza que hizo justicia para el equipo que actuó como tal. Porque el Huesca se va rasgando como una fina tela, cada vez más transparente para sus adversarios.

La acumulación de elegantes futbolistas en el centro del campo y de firmes defensores ha sufrido el castigo de la ausencia constante de un finalizador. Todo lo que se fabrica con buen gusto no pasa el control del área rival, una aduana por la que Okazaki corre como un fantasma condenado a la soledad. El Huesca alcanza los tres cuartos y allí ora frente al muro de las lamentaciones, sin hacer pupa, entregado a la inspiración divina de una segunda línea que no siempre aparece. Si se abandona donde es más fuerte, como ocurrió en Lugo, su vulnerabilidad resulta escandalosa.

Esta derrota duele por la falta de carácter y de fútbol con la que se empleó el Huesca, desnudo de competitividad y rendido por completo. Todo ello producto de la impotencia que supone invertir tanto esfuerzo para alcanzar la portería de enfrente. Corre el peligro de desmoronarse como un castillo de naipes como sucedió en este partido, ni siquiera peleando con la jerarquía que le caracteriza, tumbándose en las vías del empalago hasta que pase el tren. Ya puede la dirección deportiva conseguir en el mercado de invierno un referente arriba. Las sesiones de ballet permiten ganar en algunas ocasiones. En otras, el cisne muere.