La persona adecuada en el momento justo. Un año después de la elección del papa Francisco, tras la traumática dimisión de Benedicto XVI, católicos, anticlericales y agnósticos coinciden, por razones distintas, en evaluar así al Papa que vino casi del fin del mundo. Los católicos le aplauden porque lleva un año de limpieza en un Vaticano más ensimismado en sus ritos, normas y jerarquías que en ser portador de esperanza para los hombres. Los segundos, porque consideran que los cardenales supieron identificar, en el momento más bajo de la popularidad de la institución, a un líder que le ha devuelto el protagonismo perdido. Los agnósticos, porque vislumbran en Francisco un punto de referencia ético.

Hace un año, los cardenales escogieron a un candidato que pusiera fin a las intrigas y luchas por el poder curial, y a los escándalos de la finanzas vaticanas, pero también a un Papa que reflejase el nuevo centro de gravedad del catolicismo, desplazado al sur. "Antes tengo que ir a los países periféricos", respondió recientemente Francisco a la invitación de los obispos españoles de visitar la Península.

En un año, el Papa ha cambiado todos los cargos decisivos del Estado-Ciudad del Vaticano y de la Santa Sede, ha empezado a modificar su estructura y ha reorganizado todos los organismos económicos. Se exceptúa el banco (IOR), en el que prosigue la labor de unos 50 analistas. Se ha creado un banco central, un ministerio de economía y un revisor de cuentas.

En lo que afecta a la cúpula católica, el Papa ha formado un consejo y elige personalmente a los candidatos a obispo. "Telefonea, se reúne, habla con todos y después toma sus decisiones en solitario", explican en el Vaticano. Ha cambiado a los hombres, pero le falta por afrontar la estructura de la cúpula católica, lo que hará más adelante. Se vislumbra que habrá menos ministerios y menos organismos repetidos, y más mujeres en los mandos. La figura y papel del Papa serán rediseñadas y la estructura, descentralizada. "Si le dejan, claro", admiten su entorno.

El Papa ha recuperado la idea de que la Iglesia debe ser alegría, acogida y misericordia, y no "un conjunto de normas". No ha dicho que los gais deban ser bendecidos y los divorciados sean un ejemplo, sino que ha invitado a los católicos a cambiar la mirada sobre los demás.

RESOLVER PROBLEMAS

Ha reconocido que "hay que resolver el problema de los divorciados católicos", ha invitado a "abrir los conventos vacíos a los refugiados" y ha manifestado "vergüenza por la servidumbre" de las mujeres en la Iglesia. "¿Quién soy yo para juzgar a un gay?", respondió en el avión regresando de Brasil.

En un año ha intercambiado numerosas veces el bonete con los fieles, se ha hecho selfies (autorretratos con el móvil) con los jóvenes y ha obligado a las más de 50 personas que le han seguido en un autocar para unos ejercicios espirituales a pagar el hotel de su bolsillo. En su viaje a Lampedusa regaló tarjetas telefónicas a los inmigrados; viaja con una escolta mínima, vive en una residencia interna al Vaticano y no le embaraza la presencia del otro Papa. "Es como tener a un abuelo en casa", dijo.

De puertas hacia fuera ha explicado que "la paz se construye a través del encuentro real con las personas" y ha predicado contra "la mundialización de la indiferencia" ante el tráfico de personas. Ha clamado contra "los fabricantes de armas" y ha condenado, más que cualquier Gobierno, partido o sindicato, el "capitalismo salvaje del beneficio a cualquier coste".

Los expertos en imagen le estudian, entusiasmados por los cambios que ha introducido. Le han dado el premio europeo de comunicador global, el semanario Time le ha elegido hombre del año y la editorial Mondadori ha sacado un semanario titulado Mi Papa. "Ningún líder es honesto y sincero como el Papa", ha escrito Financial Times. "El Vaticano ha reelaborado su imagen exterior", concluyen algunos expertos, aunque otros añaden que "el Papa parece sincero".