Con una gran sonrisa y la melena rubia al viento, Giorgia Boscolo maneja con brío su largo remo. Todavía es aprendiz, pero muy pronto será la primera gondolera en 900 años de historia en Venecia. A sus 23 años, Giorgia superó con éxito en junio el difícil examen que le ha abierto las puertas del restringido club de los 400 gondolieri de Venecia, un oficio reservado hasta ahora a los hombres.

"Es mi pasión desde pequeña. Mi padre es gondolero y a los 7 años ya empecé a llevar la góndola", explica. Madre de dos hijos, Giorgia practica varias horas cada día en un traghetto, un económico servicio de góndolas que une las dos orillas del Gran Canal. Dentro de un año y medio, al término de su periodo de aprendizaje, obtendrá del Ente Gondola, la autoridad de tutela de los gondoleros, el permiso especial para llevar su propia góndola por las verdes aguas de la ciudad de los canales.

"Es un poco exigente físicamente", admite a propósito del estilo de remo a la veneciana, que se practica de pie, aunque "hay pequeños secretos que cuentan los veteranos del oficio para no sentir demasiada fatiga". Giorgia está orgullosa de ser la única gondolera, pero espera ser emulada pronto. Admite que lo ha tenido más fácil --"yo conozco a todo el mundo por mi padre"--, pero aun así confía en que "si lo desean, otras mujeres puedan lanzarse a intentarlo".

La irrupción de la joven en un círculo exclusivamente masculino inquieta a algunos de sus colegas, por cierto poco proclives a ser entrevistados. En cambio Alvise, que boga por los canales de la Serenísima desde hace 35 años, no parece temer la competencia. "Me gustaría mucho tener una compañera", dice. "Es un oficio difícil físicamente, sobre todo cuando hace viento", avisa Nino sobre lo que supone gobernar estas barcas de fondo plano, muy manejables pero que suelen superar los 10 metros de largo.

Una profesión dura, pero lucrativa. Venecia acoge entre 15 y 18 millones de turistas cada año, y un gran número de ellos cumplen religiosamente el ritual del romántico trayecto en góndola a pesar de su precio más bien prohibitivo: 120 euros por una hora de paseo solitario o en pareja.