Hans y Luice Veerman descubrieron el Matarraña por casualidad. Su hija estaba haciendo una beca Erasmus en San Sebastián, y aprovechando una de sus visitas, decidieron conocer otros lugares de España. Emprendieron una ruta que les llevó a esta comarca turolense. "Nos quedamos impactados. Solo conocíamos la costa y al ver estos espacios naturales abiertos, casi vírgenes no nos lo podíamos creer. Es inverosímil que pueda existir un sitio como este", explica Luice en el jardín de su casa.

Su vivienda tiene dos plantas. Las cuatro habitaciones de abajo llevan los nombres de sus cuatro hijos. Las destinan al alquiler. Han tenido cerca de mil clientes desde que se instalaron en el Matarraña hace ya dos años. En Holanda eran ingeniero y profesora. "Aquí está todo abierto, sales y puedes respirar, no hay gente, no hay agobios. Es un sitio idílico. Al principio nos costó adaptarnos, pero ahora nos sentimos ya parte de la zona. Vamos a comprar a Cretas, vamos en bicicleta por la vía verde... Es una vida tranquila", cuenta Luice.

En la finca se han construido un pequeño estanque artificial, tienen un horno para hacer pizzas artesanales y en un cercado concentran cuatro o cinco ovejas y un poni que acude a los brazos de Luice cuando esta le silba. También hay un pequeño huerto y un invernadero. Ellos mismos cultivan, con variedades autóctonas todo aquello que luego ofrecen a sus clientes. En la cocina, abierta con grandes ventanales al paisaje de los puertos de Beceite, concentran botellas de vino de la zona. Hans muestra una de Lledó y enseña orgulloso la cerámica que cuece su mujer. "Ella es la artista, yo el ingeniero", bromea mientras juega con su perro.