De psiquiatra. Es la palabra que mejor define lo sucedido ayer en Zaragoza.

Se lidiaron seis ejemplares de Victorino Martín, algunos de ellos bravos en el caballo. Todos fueron ovacionados en el arrastre. Los tres matadores (Esplá, Barrera y Salvador Cortés ) fueron abroncados a la muerte de sus enemigos, salvo Cortés que dió la vuelta al ruedo en el que cerró plaza. O sea, el público tomó partido por los toros.

Hace unos años Luis Francisco Esplá, que tomó la alternativa hace 30 años en este mismo coso, definió a esta plaza como zaraguasa y la verdad es que ayer lo hicimos.

Se dice que el cliente siempre tiene la razón, pero la realidad es que ayer ni la tuvo, ni la tiene. Ovacionar, visto su juego, a los seis ejemplares que ayer salieron por chiqueros es un pecado mortal, que solo puede ser atenuado con una eximente: Visitar al psicoanalista.

Si el encierro de Victorino, hubiera tenido otro nombre, hubiera sido crucificado al comprobarse su juego o ni se hubiera anunciado.

Y, a la hora de la verdad (que en el caso de los aficionados es la de sacar el boleto en la taquilla) todavía hubieran pasado menos aficionados, por lo que en su consecuencia, teniendo en cuenta que no hubo más de media plaza, habrá que concluir en que Victorino si saca corridas como las de ayer, tampoco merece tanto crédito por parte de la afición.

Ninguno de los toros humilló o se dejó dar un lance. Las cuadrillas y los tres matadores se contagiaron de un miedo inexistente (los tres tienen recursos para matar muchas como éstas) y todo fue manga por hombro. Faltó oficio y sobró precaución. La corrida no se comió a nadie, pero no fue ni brava, ni buena.

Esplá se lució en banderillas y lo intentó en los dos, con más fe en el segundo. Antonio Barrera pasó uno de los peores tragos de su vida, pues se vio desbordado en su lote y Salvador Cortés hizo lo mejor en el sexto, aguantando todo lo habido y por haber, que eso era lo que quería el público, que careció de razón, ayer.