Millones de personas en las calles de España y Madrid, heroica de nuevo. Golpeada en el corazón, la sociedad madrileña ha respondido con inmediatez y abengación extraordinarias: rescatando a las víctimas, curándolas (¡qué gran respuesta la de la sanidad pública!), atendiendo a las familias de los muertos, donando sangre, manifestándo en silencio su dolor y su firmeza... A esta movilización se sumó ayer la nación entera. Y esa misma gente, agotada y cargada de sentimientos encontrados, debe ponerse hoy a reflexionar su voto y mañana ha de ir a las urnas para elegir nuevo Parlamento e indirectamente nuevo gobierno. Ante esta situación excepcional resultan lógicos los escrúpulos de quienes a lo largo de las últimas horas han puesto en duda la conveniencia de llevar a cabo un acto electoral tan decisivo en unas circunstancias tan adversas. Mucho más cuando la actitud que mantiene el Gobierno no está siendo precisamente equilibrada. La campaña se interrumpió el mismo día 11, pero bajo la dramática superficie de la crisis se agitan obvias pasiones electoralistas.

El Gobierno central se ha erigido en el único administrador de la crisis. Este monopolio se hizo ayer abrumador y apenas tuvo un momento de tregua cuando las inmensas manifestaciones que recorrían las ciudades españolas devolvieron la palabra al pueblo. Desde Moncloa e Interior no sólo se está dosificando la información para retrasar cualquier conclusión razonable sobre la autoría del execrable crimen, sino que se utilizan todos los recursos posibles para mantener el monopolio de la imagen y la noticia eliminando de la escena a las demás fuerzas políticas y candidatos.

Lo peor no es que TVE haya concentrado su atención en los representantes del Gobierno y en el candidato Rajoy (Rodríguez Zapatero apenas apareció ayer en pantalla un momento y de los demás líderes ni se ha sabido nada fuera de alguna toma aislada en los telediarios); aún más llamativo e increíble es que no se reuniese el pacto Antiterrorista ni se hubiera convocado una mesa de todos los partidos democráticos para organizar las manifestaciones de forma conjunta y verdaderamente unitaria. Ayer, en su comparecencia oficial tras el Consejo de Ministros, José María Aznar lanzó mensajes políticos improcedentes en un momento tan delicado. Una vez más cayó en la tentación de interpretar en clave partidista el problema que plantea (a toda la sociedad, a todos los demócratas) el terrorismo. Y mientras los periodistas no cesaban de preguntarle sobre las investigaciones y la posible autoría, el presidente utilizó absurdas perífrasis para no mencionar a ETA por su nombre (¿por qué se evita citar expresamente a dicha banda terrorista en algunos discursos oficiales que sin embargo se refieren a ella?). Esto no es serio cuando estamos llorando a doscientos muertos.

Cada vez es más evidente que la autoría del atentado constituye un dato clave para analizar políticamente lo ocurrido. Muchísimo más porque estamos en vísperas de unas elecciones generales, ha sucedido algo terrible y es imposible debatirlo en los espacios institucionales adecuados (el Parlamento está disuelto). Respecto a los nuevos horizontes de la lucha contra el terrorismo hemos de votar a ciegas. Nadie niega que ETA no sea capaz de causar hecatombes (ya lo ha hecho en otras ocasiones), pero ésa no es la cuestión ahora. Lo que debemos saber es con quién nos enfrentamos en estos momentos, si estamos, o no, ante la irrupción en nuestro país de una nueva amenaza y de qué forma se proponen los actuales candidatos abordar semejante situación en el inmediato futuro.

Hay además decisivas consecuencias electorales. No hace falta ser especialmente malintencionado para deducir que si el Gobierno mantiene su apuesta por la hipótesis ETA (Acebes seguía insistiendo ayer en ello con gran determinación), es sobre todo porque encaja en sus discursos previos sobre desafíos terroristas y porque tal supuesto habría de movilizar a su favor cientos de miles de sufragios extra. Es inocultable que los resultados de mañana no serán los mismos si la gente vota recordando la entrevista de Carod-Rovira con Josu Ternera en Perpiñán, que si lo hace acordándose de la reunión de José María Aznar con Tony Blair y George Bush en las Azores.

Ojalá me equivoque, pero da la impresión de que el tándem Gobierno-PP está intentando enfocar el 11-M de forma bastante similar en el fondo a como la Casa Blanca planteó el 11-S. ¿Acaso no logró entonces Bush inocular entre los norteamericanos la convicción de que Sadam Huseín era culpable? ¿No fue éste el argumento fundamental para lanzar luego el ataque e invasión de Irak?

No es fácil reflexionar hoy. Faltan datos esenciales, falta debate, falta un entorno adecuado. Zapatero y Llamazares, como otros líderes de la oposición, hablan midiendo sus palabras (al menos ellos sí que actúan con la serenidad y la elegancia que requiere el momento). Los medios de comunicación independientes deben equilibrar sus mensajes para someterlos a unas reglas básicas de veracidad y respeto a las víctimas y a sus familias (por eso en España se está haciendo una información de la masacre mucho más contenida en hipótesis e interpretaciones que la elaborada en medios extranjeros). Pero en los círculos gubernamentales esa contención y sentido de Estado no están tan desarrollados. Ante el pavor y la muerte, la sociedad ha sabido estar a la altura de las circunstancias; el Gobierno, no tanto.