Aquí, sentado en el sofá de mi casa, escucho sonar el ángelus por los altavoces del Pilar. Son las 12:00, me da por buscarlo en internet y ¡sorpresa!, hace unos años hubo personas que pedían que dejase de sonar, pues según ellos dañaba a las libertades individuales, a la libertad de religión y culto, siendo que estamos en un estado laico y suena en un espacio público. No sé cómo vivirán estas personas la Semana Santa, supongo que no serán los días más felices para ellos, pues la religión sale a la calle, o eso parece a simple vista. Yo me he criado viviendo la Semana Santa del Bajo Aragón, en La Puebla de Híjar, la de la ruta del tambor y bombo.

Para mí, no se trataba de religión, eran días de reencuentro, de familia y amistad, ni siquiera eran días de tambor, los que me conocen de aquellos años de juventud en el pueblo, bien saben que el tambor lo usaba para ir tocando de una peña a otra, o al bar Brillante de la Calle Mayor, como si fuese una herramienta indispensable para poder caminar de un lugar a otro del pueblo durante esos días, quizás porque si te veían con el tambor colgando del hombro y sin tocar podrían pensar que eras idiota, así que preferías tocarlo, aun corriendo el riesgo de mostrar lo mal que tocas y confirmar que lo eras. En cambio, otros amigos vivían la semana con un amor a la tradición envidiable, y una pasión por tocar tambor o bombo que ya me habría gustado a mí haber podido sentir, pero todos convivíamos en la misma peña, bajo el mismo techo y compartiendo la misma cerveza. Unidad, amistad, amor y paz. Eso era y es para mí la Semana Santa.

Es curioso, porque tras ya cinco años sin poder ir a mi pueblo en estas fechas por el trabajo, haciendo memoria y pensando en el retumbar de los bombos y el tronar de los tambores por las estrechas calles del pueblo, el olor a incienso, los sonidos de las procesiones, las túnicas, velas y cornetas, me emociono. Seguramente si me transportase a ese lugar de Teruel y lo viviese esta pasada noche me echaría a llorar como si fuese la persona más devota del mundo. Es más, soy la persona más devota que existe de mi propia Semana Santa, de mis recuerdos y mis emociones. Soy tolerante y respetuoso con las 'semanas santas' de otras personas, sus visiones, devociones y pasiones, pues no me dañan ni dañan a nadie.

¿Qué receta les cuento ahora yo a ustedes? Pues la verdad, no tengo ni idea de lo que sería 'apropiado'.

Deberíamos beber vino, ¿no?, por eso de la Sangre de Cristo, así que tras preguntar a Félix Artigas sobre qué vino deberíamos beber en Semana Santa y tras recibir como primera respuesta mediante WhatsApp -¡Hostiasss!, me respondió que el Almonac, Vino de Consagrar, elaborado en Almonacid de la Sierra y que desde hace 30 años se utiliza en la Santa Misa del Pilar y la Seo. Nadie me iba a resolver mejor que él este problemilla. Por cierto, pueden encontrar este vino en La Alacena de Aragón, en la calle Don Jaime.

Les deseo feliz Semana Santa, que disfruten de sus días y sus noches a partes iguales, pues no existe luz sin sombra ni bien sin mal, sepan que todos males son menores con buena gente a tu lado y una copa en la mano.