El Ballet de Zaragoza ha cosechado un reciente y merecido éxito con su Don Juan. Con el teatro lleno, y todo el papel vendido, sus integrantes demostraron que cuando las cosas se hacen bien, mejor salen.

La directora artística de la compañía, Patsy Kuppe-Matt, ha confiado la coreografía a un Olaf Schmidt que supo arriesgar lo justo para, sin desmontar el clásico, y sin narrarlo gestualmente (defecto en que muchas compañías incurren a menudo), aportar elementos innovadores de cierto riesgo. Así, por ejemplo, la música de Astor Piazzola, que debió mezclarse en el subconsciente del coreógrafo durante su trabajo de adaptación. Así el tango, ese desgarrado aire lunfardo que de pronto late con fuerza en el corazón de las candilejas sevillanas, contribuyendo a dramatizar la seducción y la venganza omnipresentes en Don Juan . Así el vestuario, muy moderno, con un Tenorio (estupendo Rafael Darder) desmangado en un mono rojo caldero, un Leporello (Aarón Vivancos) como salido del Satiricón , y una doña Ana (magnífica Elena Serna) a salvo de las cursilerías de la tradición y la historia. Pero quien realmente remonta el drama, y dramatiza la danza, es un estratosférico Amador Castilla, en el papel de Comendador, cuyo arte dejó sin respiración al Principal.

Gracias a este exitazo, la compañía que, tras el fallido o incomprendido paso de Harold King, dirige de nuevo Patsy Kuppe-Matt, se coloca en posición de ser exportada. Algo que, a lo largo de su irregular trayectoria, no siempre se ha conseguido, pero que sigue siendo el objetivo básico a conquistar. La presencia en la platea de programadores procedentes de diversos puntos de España y la modificación de las condiciones financieras de nuestros espectáculos de ballet, con este vistoso Don Juan al frente, abren un campo de esperanza, un cierto horizonte.

Como elemento básico y costoso de nuestra imagen cultural, el Ballet de Zaragoza debe implicarse aún más en los acontecimientos de la propia comunidad aragonesa, pero sobre todo, practicando una política comercial inteligente y flexible, tiene contraída la obligación de exportarse a sí mismo en la medida de lo posible.

El problema de difusión que arrastra la compañía no es, en el fondo, ni más grave ni muy diferente al que desde hace años vienen sufriendo otros colectivos artísticos, pintores, actores, escritores, embarcados también en el difícil reto del reconocimiento y el triunfo. Aragón, en su conjunto, pese a los esfuerzos nada desdeñables que ya se han acometido, sigue padeciendo un grave déficit de difusión cultural. En parte, es culpa nuestra, de nuestra indiferencia, de nuestra desidia, pero también es verdad que todavía hay que exigir más a nuestros artistas: nuevas ideas, planteamientos audaces, mayor compromiso y espíritu de lucha. Son carros de los que todos debemos tirar.

El Ballet de Zaragoza haría bien en reprogramar su Don Juan , a fin de que el público que no pudo asistir a las sesiones de estreno disfrute con su talento, con la certera adaptación del mito universal del Burlador.

*Escritor y periodista