El anuncio de la futura boda de Felipe de Borbón con Letizia Ortiz ha hecho que, por unos instantes, nos hayamos olvidado de algunos problemas. Todos, en mayor o menor medida, hemos hecho algún comentario, y en general han sido aprobatorios. Con los sustos que nos había dado el sucesor, la actualmente elegida nos parece inmejorable. Hay quien, como José Luis Trasobares en este mismo periódico, echa en falta cierta crítica desde posturas republicanas. No seré yo quien hable por otros, ya que me basta con hablar por mi mismo y, aunque intelectualmente republicano, no le hago ascos a la actual monarquía, entrando en esa definición tan habitual entre nosotros de juancarlista. Dicho lo cual creo que no está de más poner un toque de republicanismo en estos momentos.

La monarquía no es de este mundo. Se trata de una institución imprescindible para conocer lo que hemos sido desde Adán y Eva hasta aquí, pero en los tiempos que corren parece increíble que alguien pueda llegar a ser Jefe del Estado por el simple hecho de nacer de una determinada madre. Si un hombre, o mujer, un voto, y la soberanía reside en el pueblo, quien ostente la suprema representación del Estado formado por esos ciudadanos libres debería ser uno de ellos, elegido libremente entre todos. No estoy tratando de reivindicar ahora y para ya una República, pero me gustaría que no desenfocáramos el tema. La monarquía es lo que es y punto. Y el Rey se ha ganado su puesto y se lo agradeceremos eternamente, pero aquí cada cual se tiene que ganar el pan con el sudor de su frente, príncipes incluidos.

LA HISTORIA de España ha sido muy injusta con la República y el recuerdo que tenemos de las dos experiencias habidas hasta hoy no es el mejor. Las dos terminaron como casi todos los regímenes políticos en nuestra historia reciente: con sendos golpes de Estado.

La Segunda República llegó pacíficamente, con una inmensa mayoría de españoles aplaudiendo el fin del reinado de Alfonso XIII. Que fuese como consecuencia de unas elecciones locales, es lo de menos. Sí es significativo que los generales no hicieran nada para evitar su caída. Su nacimiento tiene fecha, el 14 de Abril de 1931, pero su fin es impreciso, ya que dependiendo de la zona geográfica en la que nos situemos, el régimen de Franco se implantó antes o después; formalmente la guerra civil, y el fin definitivo de la República, llegó el primero de Abril de 1939.

Entre medias, el intento de golpe de Estado dirigido por el general Mola, iniciado el 17 de Julio de 1936, puso fin a la actividad ordinaria de los legítimos representantes de los españoles, dando inicio a una sangrienta guerra civil.

Entre nosotros aún viven personas que lucharon en aquella contienda y muchos otros que sufrieron la terrible posguerra. El recuerdo sigue vivo y cuando hablamos de República la memoria colectiva se refiere a ésta, a la que terminó con la guerra civil. Un recuerdo terrible que algunos asimilan torticeramente a la propia República, cuando la realidad es bien distinta. Aquel régimen político hubiese sido muy fructífero si la fuerza de las armas no hubiese terminado con ella, y bien haríamos en recordar algunos de los valores que se defendieron aquellos escasos cinco años.

EL REINADO de Alfonso XIII había entrado en una fase de caída libre muchos años atrás, tal vez en 1917, pero inequívocamente en 1923 cuando reinó en amor y compañía con el dictador Primo de Rivera (por cierto, el que da nombre al parque grande de Zaragoza y a un instituto en Calatayud). La marcha del dimisionario primer ministro en 1930 dio paso a dos efímeros gobiernos, del general Berenguer y del almirante Aznar, y cuando para el 12 de Abril de 1931 se convocaron elecciones locales, lo que la ciudadanía interpretó era que se estaba planteando un referéndum sobre la monarquía. Y ganó la República. Y lo que los españoles querían era que se pusiera fin a tantos años de corrupción y de nepotismo, de caciquismo y de hambre, de políticos ineptos y de camarillas reales. Lo que se pedía a voz en grito era decencia, algo que no estaría mal que reivindicáramos con fuerza hoy.

Y los intelectuales se implicaron en las instituciones. Y la mujer pudo votar. Y se intentó una reforma agraria, y la modernización del Ejército, y la separación de Iglesia y Estado. Nacieron las que hoy conocemos como Comunidades Autónomas, con sus Estatutos, y los obreros gozaron de las primeras leyes proteccionistas. Y tuvimos nuestro primer Tribunal Constitucional, y un sistema de garantías para los derechos y libertades. Y muchas cosas más. Algunas erróneas, como acciones humanas que eran, pero la mayoría hechas con decencia y con la intención de sacar a España del subdesarrollo y del aislamiento.

Yo creo que, y esto es lo que quería escribir hoy, que muchos de los que podríamos llamar valores republicanos deberían seguir vivos en nuestra sociedad, y que deberíamos luchar por ellos. Y cuando alguien, ustedes saben bien quien, pronuncia un discurso apelando a los ataques anticipatorios, todos, digo bien, todos, deberíamos salir a la calle defendiendo lo contrario.

En España el militarismo, y otros ismos, no son nada republicanos.

*Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Zaragoza