Está bien celebrar las ilusiones ajenas sobre todo, si son esperanzas hacederas pero está mejor todavía, que las respetemos como espacio sentimental y racional de otros, sin interferirnos en ellas ni mediatizarlas a nuestro antojo; lo digo a propósito de una reciente noticia feliz para sus intérpretes y que el resto debiéramos ver sin afanes críticos ni excesivamente encomiásticos, quiero decir, con naturalidad.

El respeto requiere no juzgar lo que no sea responsabilidad nuestra y extenderlo hasta a los más ilusos de los ilusionados, abstracción hecha de que nos guste o de que no nos guste. Vale más reprimir la propia opinión que ser imprudentes haciendo facción de un mero parecer.

Pocas frases tan imperecederas como aquella del evangelio: "no juzguéis para que no seáis juzgados". Y sin embargo, a diario tenemos o queremos opinar sobre cualquier asunto sin conocerlo apenas o frivolizándolo; caricaturizar siempre es más fácil que retratar.

La sociedad es a veces, poco consciente de lo que más importa y en ella no faltan los que se desazonan y censuran lo que ven como ringorrangos sociales y condicionantes clasistas poco compatibles con las formas de los tiempos que corren, tiempos en los que apenas suelen guardarse... las formas; no faltan tampoco, los indagadores de conciencias ajenas ni los modistos. Con tantas influencias no requeridas, ¿quién podrá ser uno mismo en vez de pretender el imposible de contentar a todos? Además, todos no podemos arbitrar.

Alegrémonos o mantengámonos todo lo circunspectos que deseemos, pero guardémonos de confundir lo institucional con lo personal y de dañar a otros con opiniones que puedan significar infundios y ya se sabe que los infundios se propagan sin que puedan evitarlo los bomberos; los infundios corren contando sólo con la mala voluntad y esta no se apaga con agua. Admito que sería peor la indiferencia.

Deberíamos aspirar al menos, a cierta perfección y rigor elementales pero siendo admirable la persona que procura elevarse sobre sus propias carencias, no es realista pedir a otros lo que sabemos que es escasamente asequible para la inmensa mayoría.

Ortega se equivocó cuando predijo que se acercaba el tiempo en que la sociedad volvería a organizarse, "según es debido", sostenía, en dos órdenes o rangos: el de los egregios y el de los vulgares. Ortega no contaba con los medios y las maneras de hoy ni con que los encargados de "dar un tirón hacia arriba" nada dicen o nadie les escucha; los programas que llaman del corazón pueden con todo, pese a que todos digamos repelerlos que si fuera verdad, no existirían.

Así, la picaresca suele prevalecer sobre la altura de propósitos; el ejemplo constructivo ni abunda ni apenas capta adeptos. "Estudia la Reina, agora somos estudiantes" escribía Juan de Lucena hablando de Isabel la Católica que recibía lecciones de Beatriz Galindo, la Latina; ahora predominan ejemplos menos excelentes como el de aquel rey de Prusia que encargó a cierto judío que acuñase moneda falsa y luego le pagó el precio convenido, con esa misma moneda.

Pero la culpa no es sólo individual sino colectiva; es mala regla esa de pedir que observen otros el comportamiento que no somos capaces de asumir nosotros mismos. Vivimos amenazados por las circunstancias que contribuimos a generar, a fuerza de frivolidad y de renuncias cotidianas a lo difícil, como aquel personaje teatral de Ustinov (El amor de los cuatro coroneles ) que desistía de alcanzar cierta ilusión, por el miedo de que se frustrara; prefería no intentarlo siquiera.

También todos tenemos ocasión de dar ejemplo desde distintos niveles por supuesto, pero no sé cuántos estarán en condiciones de ofrecerlo efectivamente, porque lo común es que nos desentendamos a fuerza de dejaciones y que optemos por que nos lleve la corriente, algo que tiene bastante de cobarde o acomodaticio; como la naturaleza humana, propicia caídas y levantamientos, es claro que en esto todos somos miembros de la misma dinastía.

Hay que moderar el juicio y sobre todo, fundarlo bien. Un caso entre otros muchos: ¿por qué no dejar en paz al heredero de la Corona sin tanta lisonja y sin tanta crítica entre líneas?, ¡respetemos las responsabilidades ajenas! El azahar siempre conlleva una dosis de azar. Acordémonos al menos, de emplear un mínimo de ternura y de sentido del humor que es tantas veces, la indispensable y consoladora sonrisa de la desilusión; si otros pueden errar también nosotros podemos ser los errados.