Muy contra los deseos del gobierno central, las elecciones catalanas han confirmado un significativo incremento del sentimiento nacionalista en aquella comunidad. El Partido Popular, a pesar de su aumento en votos y escaños, no ha pasado de ser la cuarta fuerza del país , lo que en modo alguno, diga Aznar lo que diga, puede considerarse un triunfo. Como tampoco debe estimarse un fracaso el cómputo de Maragall, quien no ha dicho aún su última palabra. El candidato socialista tiene todavía una seria opción, tan firme como la de Mas, para gobernar la Generalitat, posibilidad que Josep Piqué contempla sólo a años luz.

Una vez más, la campaña antinacionalista orquestada por el equipo gubernamental, su partido y los medios de su obediencia debida ha devenido en filfa. Cada vez que Aznar se obstina en sofocar los movimientos políticos autóctonos consigue reafirmarlos de manera notable. Le ha pasado, una y otra vez, en el País Vasco, donde hace mucho tiempo que el PP pinta muy poco, y acaba de volverle a suceder en Cataluña, donde no pinta nada. Y le sucedió, hagamos memoria, en Aragón, donde el PP diseñó su crecimiento sobre la presenta desaparición del Partido Aragonés.

Las campañas autonómicas del gobierno, con sus llamadas a la unidad patria, al mensaje unívoco, incluida alguna oblicua referencia a la Guardia Civil, sólo tienen efecto, como viene demostrando la experiencia, en Madrid.

Sin embargo, los conservadores, pagados de su poderío mediático, no acaban de entender la razón de su ausencia de éxito, el motivo último de que entre Maragall, o Mas, y Piqué medie un abismo de treinta diputados. No entienden el fracaso en las autonómicas y municipales de Aragón o la reiterada negativa del electorado a abrirles las puertas de las comunidades de tradición socialista, Castilla-La Mancha, Extremadura, Andalucía.

Así, a pocos meses ya de su jubilación política, José María Aznar, pese a sus ínfulas de líder histórico, deja una herencia cuando menos repartida. Por lo que al mapa autonómico se refiere, lega a Rajoy (o a Zapatero) una comunidad -el País Vasco- en trance de secesión; otra -Cataluña- en el camino hacia la autodeterminación, que ya se irá andando de la mano de Carod-Rovira; otra, Aragón, muy cabreada; otra -Santander- perdida; otra -Madrid- invadida por el virus de la corrupción; más los citados y ajenos graneros guerristas. Queda, para el nacionalismo español, la esencial Castilla, la del Cid, los archipiélagos y ese Levante encaramelado con la promesa de un trasvase que, a tenor de lo sucedido en Cataluña, se aleja un poco más de la fase de licitación de obra.

Y deja Aznar, en asuntos de ese ancho y bananero mundo que él va recorriendo con la chaqueta al hombro, como su admirado Rapahel, un país como agregado en libre asociación al imperio de Bush, y en guerra abierta con ese Irak guerrillero que pone los pelos de punta a legionarios y marines. Deja subsidiariedad y confusión en la ola neoconservadora que dirige, ya veremos hasta cuándo, los destinos del globo.

*Escritor y periodista