Le han dormido porque estaba muy malito, explica Jorge desde la aplastante lógica de sus seis años. Sí, le han dormido pero no se despertará más, le digo desde la lógica del cenizo que llevo dentro. Claro, replica Jorge, porque su pupa no se cura y además era ya muy viejo, y le taparon con una cortina para que ningún niño viera como le dolía la herida que tenía.

El dulce sueño de Copito de Nieve que Jorge describe tan necesario se llama eutanasia, que etimológicamente significa buena muerte. La buena muerte es un proceso fácil, está libre de dolor y se practica para evitar un sufrimiento inútil y sin esperanza en aquellos enfermos terminales que pueden elegir su final. Sin embargo, la mayoría de estos enfermos, a diferencia de ese hermoso animal que ha muerto en el Zoo de Barcelona con la aprobación general, no pueden elegir el final de su tiempo de una manera digna.

En Francia sigue abierto el proceso contra la madre y el médico de Vicent Humbert, el joven francés que quedó mudo, ciego y tetrapléjico en un accidente de tráfico, y que utilizó el único movimiento de su dedo pulgar para pedir al presidente de la República que le concediera el derecho a morir. Ambos pueden ser condenados hasta ocho años de prisión por inyectar barbitúricos en la sonda que le alimentaba y provocarle un sueño dulce. En España, seis de cada diez médicos piden que se legalice la eutanasia, según una encuesta del CIS, pero sigue pesando como una losa la declaración de la Conferencia Episcopal, que la considera un "grave mal moral". Son tan inmorales algunos males morales...