La literatura oriental nos depara con cierta frecuencia muy agradables sorpresas. Como, por ejemplo, caliente aún de las prensas, la inédita colección de relatos de Lan Samantha Chang, que la editorial Punto de Lectura acaba de ofrecer a sus lectores, bajo el título de Ansia y una atenta traducción de Víctor Ubeda.

Esta extraordinaria pero poco conocida escritora, Chang, nació en Wisconsin, Estados Unidos, pero es hija de emigrantes asiáticos desplazados a través del Pacífico hacia el gran sueño americano. La novedad editorial a que nos referimos se articula en torno a una novela corta, Ansia (que repite, por cierto, el título de esa vampírica película de David Bowie, con aquellas explosivas escenas lésbicas entre Catherine Denueve y Susan Sarandon), que es, en la ligereza de su estructura y el desarrollo de sus personajes, una pequeña obra maestra.

La acción de Ansia transcurre en Brooklyn, frente al cercano, pero inalcanzable, para los emigrantes taiwaneses, Manhattan. Sus protagonistas, como la propia autora, son una pareja procedente del telón comunista. El, Tian, músico, ha burlado la opresión de sus fronteras cruzando a flote las aguas jurisdiccionales de su país, nadando con un solo brazo mientras que con el otro sostenía su primer violín. Ella, Min, lo conoce en una cafetería donde trabaja de camarera; al servirle la sopa a Tian se enamora de la tensión de su rostro, de su gastado sombrero, e incluso siente celos de la funda de su instrumento, cuyas curvas le sugieren la presencia constante de una amante despótica y caprichosa. Y no le faltará razón, porque la música, auténtica dueña del corazón de Tian, ejercerá sobre su personalidad una influencia excluyente.

Los jóvenes emigrantes se casan, aprenden a convivir juntos, tienen una hija, Anna, y después otra, Ruth. Tian ensaya obsesivamente sus escalas musicales en una diminuta habitación, obtiene algún éxito aislado, pero su carácter violento -su ansia - y el vacío a que le someten los restantes profesores del conservatorio de música lo van poco a poco remitiendo a una frustrada soledad.

Min, en cambio, con su delicada psicología de piel de loto, representa el intento de adaptación al medio, la paciencia, la resignación oriental. La vemos en sucesivos restaurantes, siempre sirviendo, o planchando y remendando las camisas de su marido. La vemos esforzándose en educar a sus hijas, compensando la feroz autoridad del padre, ese perentorio deseo -el ansia - de convertirlas en estrellas de la interpretación de la música clásica. Pronto, los nombres de Sibelius y Bach equivaldrán a un infierno para ellas. Las niñas ensayan en ese mismo cuarto diminuto en el que se encierra el padre, hasta que sus dedos sangran sobre el arco del violín, y las invade el llanto. Pero Tian, obsesionado, tiránico, no les permite abandonar; no quiere que su propio fracaso vuelva a oscurecer el porvenir de su familia...

En esa constante y desesperada lucha familiar, en esta oscura historia de frustraciones y abandonos, Lan Samantha Chang, cuya prosa fluye con una pasmosa suavidad, acierta a dibujar con matemática precisión los sucesivos cambios generacionales, el influjo de la enfermedad, de la soledad, del amor y la muerte. Una belleza.

*Escritor y periodista