Los accidentes de tráfico graves en las calles de Zaragoza se han disparado en lo que llevamos de año, al duplicarse el número de muertos en relación a la cifra del 2002. Y no porque los guarismos del año pasado fueran bajos, sino porque en el 2003 se ha batido un funesto récord de fallecimientos. Las 20 personas que han perecido en las calles de la ciudad en colisiones, salidas de vía o atropellos obligan a una reflexión urgente que discrimine, por un lado, las causas y, por otro, ayude a poner soluciones a la violencia creciente de los accidentes. Una sociedad madura sólo lo será en apariencia mientras no es capaz de atajar esta triste plaga de muertes en las calles. De entrada, hace falta una campaña de concienciación que advierta de que los riesgos en el entramado urbano son similares a los de la carretera, a juzgar por las estadísticas. En segundo lugar, urge la identificación de los puntos negros y su inmediata eliminación. Y por último, es necesario no relajar las medidas coercitivas al alcance de la autoridad para cortar los comportamientos temerarios. La Policía Local ya avanzó recientemente su intención de multiplicar los controles de alcoholemia, pero éste debería ser sólo un primer paso de un plan más ambicioso y más enérgico.