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REYES SHAKESPEARIANOS

La historia de la monarquía inglesa convierte en tradicional el estigma de la sospecha. Que un juez ordene una investigación sobre la muerte de Lady Di no significa que se vaya a conocer la verdad

Les voy a recordar el argumento de La tragedia de Ricardo III (1597) de William Shakespeare, un drama histórico tomado de las crónicas de Edward Hall escritas en 1548; es decir, tomado de la realidad con todas las licencias poéticas que ustedes quieran.

Hete aquí que se halla en el trono de Inglaterra Eduardo IV y su hermano Ricardo, duque de Gloucester, tiene planes de futuro. Antes de entrar en materia, hace que el rey sospeche de la lealtad de un tercer hermano, Jorge, y lo condene a prisión. Una vez hecho esto Ricardo manda que sus sicarios lo maten y lo introduzcan en una cuba de malvasía. En el entierro empieza a cortejar a su difunta esposa, que acaba cediendo a sus pretensiones, con lo que queda contrarrestada cualquier venganza. Muere Eduardo IV y Ricardo conspira para obtener el trono. Recluye a Eduardo V, el joven heredero, en la Torre de Londres. A los otros príncipes los hace asesinar y se quita de en medio a los pares partidarios de la normal sucesión. Repudia a su nueva esposa y se casa con su joven sobrina (la única hija del rey que no había matado) para fortalecer su posición. No quiero cansarles, al final de la tragedia este angelito es muerto en batalla. Antes del accidentado final había sido atormentado por los espectros de los familiares desaparecidos, en un recurso muy shakesperiano que pretendía impartir justicia sobre unos hechos que en realidad nadie castigó.

El genial escritor inglés tuvo materiales semejantes para muchas obras más, siempre basadas en la historia; y es que la historia de Inglaterra es un pozo de oro para ese tipo de inspiración. Ríanse ustedes de todos los baratos culebrones que pueda ofrecernos cualquier televisión. Nada supera en asesinatos, conspiraciones, traiciones, incestos e infidelidades a la realidad. Y hablar de historia es hablar de monarquía, por lo que ustedes comprenderán que esa institución de tanta solera en el Reino Unido no está exenta de sospecha desde su misma tradición.

LOS TIEMPOS, lógicamente, cambian, y la ensalada culebroide de celos, complots y pasiones adquiere ahora una pátina de modernidad. Todos estamos escandalizados con las noticias: ¿será verdad que la histérica Lady Di fue finiquitada por el futuro rey Carlos? Dudo mucho de que alguna vez sepamos la verdad. El hecho de que un juez ordene una investigación no significa que se esclarezcan los hechos. ¿Cómo es el tal juez, busca protagonismo, es un juez republicano, un hombre centrado e imparcial? Porque bien sabemos que la justicia no es una abstracción con mayúsculas, sino que depende mucho del factor humano, como todo lo demás. Tampoco se nos escapa, por experiencia, que cuanta más altura política tiene un pretendido complot muchas menos posibilidades existen de que sea resuelto alguna vez.

Mientras las conjeturas se suceden los ciudadanos de a pie asistimos extasiados a la publicación de los diferentes episodios y rumores. Nuestra imaginación se excita con los elementos del misterio, del lujo, de las pasiones básicas propias del ser humano.

Es una oportunidad de vivir en diferido algo que no está en nuestra rutinaria vida diaria, llena de mesura y mediocridad. También es un modo de conformarnos: puede que nuestra existencia sea gris pero ¡de buena nos libramos metidos en nuestra segura cáscara de nuez!

NADIE NOS odia a lo bestia y tenemos la opción de divorciarnos sin tener que llevar a revisar los frenos del coche cada vez que salgamos de week end. Una vida regalada, vamos, llena de tranquilidad y buenos sentimientos. Estas tragedias de relumbrón no nos deprimen como leer las víctimas de la violencia doméstica, son mucho más literarias, tienen más glamour.

Por eso vamos a tener Lady Di para rato. Ojalá apareciera un poeta de la talla de Shakespeare para darle altura artística al asunto. De lo contrario, acabará siendo un cotilleo de lo más pringoso, ya casi lo es.

En todo caso, que nadie piense en desprestigio para la monarquía inglesa. Ya ven ustedes que estos líos les vienen de antiguo.

*Escritora

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